"Las ciudades no son para siempre", de Asun Blanco


La poesía de Asun Blanco es un paseo caleidoscópico por el laberinto de una psique lúcida y con un magín incontenible. Si en su anterior poemario Stand by me aunaba a la niña latente con su madurez creativa, en Las ciudades no son para siempre (Platero editorial, 2023) dibuja con hondura y belleza el ideograma de sus pensamientos:

  • La inanidad del elogio, de la fanfarria que rodea al que es ilustre sin causa que lo justifique.
  • La fugacidad de lo material, de ese momento de éxtasis que desaparece, apenas sentido.
  • La fragilidad de nuestra dicha, capaz de quebrarse con el simple vuelo de una paloma.
  • La importancia de luchar por nuestros sueños. “No se puede ahogar un sueño, / porque son imposibles y altaneros”.

Hallamos en la obra una lírica versátil, una elocuencia que nos seduce y nos guía a la vez: “Las palabras tendrían que ser un faro/ entre la niebla, / para los caminantes extraviados/ y para los otros muchos que no pudieron llegar”.

Me ha gustado especialmente el poema La mirada del padre que refleja una de las luctuosas paradojas de nuestra existencia: la apreciación del cariño del padre y de la madre solo amanece en su ausencia. Y también los versos dedicados a tu tierra natal, Gerona —“Siempre sutil, / desconocida e inasequible/ para la mirada huidiza y arrinconada, / cercana para los trovadores y vagabundos”—.

Es una lectura que induce a la reflexión. La celeridad de nuestra era se ha llevado consigo placeres añejos como el pan de leña del horno de la Plaza de Sant Pere. Como bien advierte la poetisa, nada nos deslumbra en la adultez, sino la naturaleza salvaje: “También he escuchado cantos de sirena, / y estos, todavía, me llevan junto al mar“.

En un cosmos que ensalza la apariencia, la máscara de fulguración que solapa el rostro de lo mediocre, me siguen causando admiración quienes, como Asun, priorizan la emoción y el sentimiento, y que además tienen el don de poetizarlos sobre un papel.

Si en su anterior poemario Stand by me combinaba a la niña latente en su interior, con su madurez creativa, en Las ciudades no son para siempre dibuja con hondura y belleza el ideograma de sus pensamientos.

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