Por Felipe Company
Ocurre con frecuencia que las mejores obras de un artista se conciben bajo el hechizo de su más desbocada e irreverente juventud. En su reciente poemario Stand By Me, Asun Blanco ha logrado lo más difícil: mixturar la niña que nunca ha dejado de ser, con el virtuosismo alcanzado a través de su intrépida navegación por las letras.
Sus estrofas transmiten un susurro de amistad en una noche de tormenta, un canto a la libertad, al aroma del amor, a la elocuencia del ácrata, a la denostada intrepidez de los soñadores irredentos. “Como la vida misma, / como las palabras que salen de tu boca/ revulsivo para conciencias entumecidas/ no aptas para cobardes y sumisos”.
No adquirimos tanto una sensación de lectura como de deslizamiento por las palabras. La métrica y la cadencia son las precisas para propagar su agudeza. Las líneas emanan como impelidas por la naturaleza embellecida, como el tono plateado que adquiere la lluvia iluminada por la luz de las farolas.
Impulsa un regreso a la esencia, a la verdad del mundo animal, a nuestra condición de asombroso misterio. “El hombre es un abismo insondable/ de donde nadie ha vuelto todavía”.
Nos previene contra el peligro de la memoria. “El miedo a que vuelva a suceder/ aquello que tememos/ es la gran victoria del recuerdo”.
Irrumpe la conciencia del amor malogrado. “Sé que perdí lo que un día fue hallazgo/ y victoria del mar contra las rocas”.
Muestra la mayor pesadumbre: cuando perecido el amor, se disipa también la nostalgia. Y por ello concluye: “El amor es siempre un deseo/ que, cuanto más insatisfecho y lejano, más puro y eterno”.
Aparece el deseo de obtener la perfección, la inmortalidad. Nos exhorta a celebrar el futuro, la aventura, el porvenir incierto.
Con la poesía de Asun, bella, acendrada, desbrozada de todo artificio, recobramos, en suma, un jirón de infancia, lo que de verdad importa, la autenticidad.
Como dijo en fecha reciente el maestro Lorenzo Silva: “De cada vez creo más en la literatura y menos en todo lo demás”.