El regreso de las palabras. Reseña del libro “Poemas incorregibles”, de Nandy de la Cruz y Montenegro

Por Diego de los Santos


La sevillana Nandy Cruz es una escritora misteriosa, casi desconocida, no tanto por su exilio mexicano, como por haber ha firmado todas sus obras con seudónimo masculino. Hasta que su último libro, “Poemas incorregibles”, ha visto al fin la luz con “la sangre de mis apellidos”, en expresión de su autora. Todo para homenajear públicamente a su primo Ricardo Montenegro, que se suicidó estrellando su avioneta contra una montaña en Tierra del Fuego, tras un oscuro proceso judicial que dejó una herida indeleble “en su alma de puro cielo”. Para Nandy este trágico final constituye un acto supremo de coherencia, que ella respeta por encima del inmenso dolor que le causó su muerte. “Buscad la inspiración en los cielos indiferentes del dolor”, interpela a las jóvenes poetisas del siglo XXI. Porque sus “Poemas incorregibles” están transidos por el intento de trascender esa muerte y ese dolor, y que la tragedia sirva al fin para algo: “Ojalá estos versos como balas alcancen vuestros corazones, que son duros e ignorantes como piedras; así era el mío, y nadie me lo rompió a tiempo. Porque solo con un corazón roto - sin miedo ya a romperse- podremos abrazarnos a la vida.”

En este inclasificable “Diario de obsolescencia” Nandy Cruz nos transporta, con una aparente ligereza, por el arco vital y dramático de una mujer contemporánea. Hasta la conclusión que se anuncia ya desde el primer poema: el vacío existencial, tristemente de moda, que ella percibe como algo “mucho peor que la muerte”. Quizás este diario refleje las vidas de muchas mujeres, y sea el retrato de una nueva generación perdida, “aferrada a sus mentiras, de camino hacia Ninguna Parte”. Para Nandy la manipulación de la inocencia está en el origen de la pérdida de una brújula vital: De pequeña yo jugaba a ser viuda. / Y encaraba las nubes eternas/ desde mi ventana/ como si yo también lo fuera. / Eterna. /Y aquella ventana/ engulló mi inocencia.

Este libro, que ha llegado a mis manos como por casualidad, bocanada de aire fresco, es un intento desesperado de rescatar las palabras para comunicarnos, en vez de para enfrentarnos. Para decirnos la verdad. ¿Lo consigue? En su camino lírico Nandy va cosechando destellos de ironía, de autocrítica feroz, de belleza sublime y efímera, y también de ese humor negro con el que adereza todo el texto. Pero su único empeño es poder volver a llamar las cosas por su nombre, combatir que las mentiras se conviertan definitivamente en verdades. Destila, pues, esa inocencia de confiar en la utopía, de creer que, rescatando las palabras, rescataremos un mundo que ya dábamos, también, por perdido.

Este pequeño libro va a incomodar a algunas lectoras. Quizás en eso radica su mayor virtud y utilidad. Solo espero que, siguiendo a Nandy Cruz, sus versos no lleguen cuando ya sea demasiado tarde.

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