Café con sabor a España

Un sorbo a los entresijos de la sociedad española a finales del mes de las túnicas y los farolillos en la capital andaluza


Cafetería Las Delicias en Miraflores, Sevilla. Foto: Macarena González


Por Macarena González Puente

Pocos sitios existen con una economía del lenguaje que te permita pedir una entera de mantequilla y york y el camarero entienda que estás pidiendo una tostada. Los bares andaluces son uno de esos espacios. Lugares con encanto, la alegoría de lo español: más allá de servirte un café, te ofrecen un vistazo de la sociedad española en su más absoluta pureza. Cada grito, cada susurro, cada mirada de hastío o aprobación a quien entra por sus puertas, son el más fiel reflejo del pensamiento del español.

Los primeros elementos que actúan como señal de que, probablemente, estés llegando a una de estas cafeterías, es un toldo abierto cubriendo unas mesas en plena acera. En este caso, a la cafetería Las Delicias del barrio de Miraflores la anunciaba un toldo gris, en un pasado negro, pero desgastado por haber estado expuesto varios años a los rayos del sol ardiente de Andalucía. Debajo, las clásicas sillas blancas de plástico, normalmente un poco sucias por el polvo, que son mobiliario esencial de cualquier bar español y van a juego con la mesa a la que acompañan. Ligeras, resistentes, de fácil mantenimiento y, sobre todo, económicas. Caminar entre ellas es prácticamente como pasear por un laberinto o, más bien, como una carrera de obstáculos cuya meta es llegar a la barra.

En cuanto entro a la cafetería, recibo varios “buenos días” de algunos clientes y camareros. El interior no sorprende: una decoración básica en la que predominan los tonos beige y marrones, con mesas y sillas de plástico que imitan la madera, ausente de una gran preocupación por la estética. Para atraer a los forofos del fútbol, un televisor de gran tamaño cuelga de la pared con mayor visibilidad. El olor a café recién hecho y a pan tostado inundan el ambiente, bien iluminado gracias a los ventanales que ocupan casi toda la pared que da cara a la calle. Entonces llego a la mesa del rincón en la que me esperan Angelita, y cinco amigas suyas, entre las que destacan por dicharacheras Pepi y Conchi. Ninguna ha vivido menos de ochenta primaveras. Cada fragancia que emana de ellas es más olorosa y penetrante que la anterior. Una foto enmarcada justo encima de ellas en la que aparecen todas sentadas en la misma exacta posición deja ver que son propietarias de ese rinconcito por la regla no escrita de la tradición. Tras saludarme efusivamente con evidente alegría por verme, me señalan el asiento que me han guardado y continúan con su charla mañanera mientras la camarera, a quien tratan como una amiga más, se acerca a tomarnos nota.

En la mesa más cercana a la entrada, unos padres con su hija pequeña, de unos cuatro o cinco años, le despiezan una magdalena y le dan una pajita para que beba el batido sin mancharse. Sobre la mesa, un teléfono móvil que capta toda la atención de la pequeña por el vívido colorido de los dibujitos que aparecen en la pantalla. Escucho por tercera o cuarta vez a la madre decir “cómetela ya cariño”, pero no hay quien saque a la chica de su ensimismamiento -el mismo que se percibe en los transeúntes que pasan por delante de la amplia cristalera, embobados con sus smartphones y abstraídos de todo lo que ocurre a su alrededor-. No escapan de los comentarios de mis compañeras, que se muestran reticentes a las nuevas tecnologías y aseguran, en un tono lo suficientemente alto como para que la familia se entere, que a los niños de hoy en día “les falta mucho parque”.

En la barra, tres hombres discuten sobre fútbol apoyando sus codos cerca del tirador de cerveza. No están pendientes del resto de personas en su entorno, solo tienen el foco sobre su conversación futbolera. Tampoco son capaces de esquivar las palabras que salen disparadas desde nuestra mesa y que les tachan de vagos por pasarse el día en el bar.

Sin embargo, no todos disfrutan de una abundante compañía recién levantados. Otro hombre, solitario, toma café mientras lee el periódico desplegado entre la mesa y su regazo. Es de esas personas para las que el desayuno requiere una dosis de silencio porque aún no han terminado de vencer la somnolencia, aunque para Angelita y sus amigas es un hombre que se ha vuelto bastante extraño desde que rompió con su pareja. Despertando de estar absorto en su periódico, levanta la mirada para fijarse en una pareja anciana que acaba de entrar por la puerta. Igual hacen mis compañeras de mesa, que prestan especial atención debido al instinto de marujeo que caracteriza a los grupos de amigas de su edad.

El señor camina alegremente sin soltar la mano de su mujer ni un segundo, ni siquiera al sentarse en la mesa de al lado nuestra. Ambos se ven impecables, pulcros. Él, vestido en traje sin corbata; y ella, con una falda larga y rebeca a juego. Descubro sus nombres cuando saludan a Pepi e intercambian un par de frases: Carmen y Víctor. Este último anuncia elevando el tono el nonagésimo tercer cumpleaños de su mujer, noticia que a ella no parece agradarle. Es madrileño, a juzgar por el escudo del Real Madrid que viste como pin de su chaqueta y el laísmo que emplea para decirnos que “no la he comprado nada porque no tengo tiempo, me paso el día entero a su vera, cuidándola”. La mujer mantiene una expresión más seria, algo decaída, acorde a su postura encorvada. Entre ellos se respira un amor absolutamente consolidado sobre el que cae el peso de muchos años de cariño y convivencia.

Angelita y sus amigas no suelen aparecer tan temprano por la cafetería, pues Víctor les pregunta si se han caído de la cama. Entre risas, ambas mesas comienzan a hablar de médicos, o más bien a quejarse de ellos: “¿Yo para qué voy a ir? Le digo que me duele algo y su respuesta es que qué espero con la edad que tengo, que demasiado bien estoy”. Bromean acerca de la excesiva cantidad de pastillas que tienen que tomarse y de su proximidad al final del trayecto. Son felices basando su humor en reírse de sí mismos, aunque sus palabras escondan un trasfondo notablemente preocupante de cierto abandono de nuestros mayores, muy presente en la sociedad.

El jolgorio lo interrumpe Concha avisando de la llegada de la mujer que vende la lotería. Proceden a sacar sus monederos repletos de cupones y “rascas” para reclamar lo que les ha tocado esa semana y renovar para la próxima. Una vez terminan, siguen hablando de todo un poco, pero centrándose, sobre todo, en la Feria de Abril. Recuerdan viejos tiempos y narran anécdotas de antaño: cómo conocieron a sus maridos, cuál fue su primer beso, cómo disfrutaban en aquellos tiempos de juventud de la feria…

Es entonces cuando paso de ser espectadora a convertirme en partícipe y, en cierta forma, centro de sus críticas. Afirman rotundamente que el amor de ahora no es como antes, que la magia brilla por su ausencia, todo va muy rápido y el anhelo que sentían en sus habitaciones pensando en cuándo volverían a ver a su amado se ha perdido por completo. Ya no existe esa ilusión, reitera Pepi: “es una pena, Maca, perdóname que te lo diga, pero antes todo era mucho más bonito”.

Como con el resto de las opiniones que he escuchado, no incido mucho en responder con mis pensamientos. No obstante, cuando los silencios entre tema y tema van haciéndose cada vez más largos y entiendo que es momento de despedirme de ellas hasta la semana que viene, mi cabeza me invita a la reflexión. Por encima de la obviedad de que, en líneas generales, las antiguas generaciones tienen una mente hermética y mayor dificultad para adaptarse a los cambios, me sorprendo a mí misma pensando en que pueden tener gran parte de razón. Nuestro amor es corrupto, escasean los niños que aun juegan con el balón, las personas mayores sufren mucha marginación y el rendimiento, esfuerzo y capacidad de trabajo han sido menoscabados significativamente.

Con todo, detrás de lo que pueden parecer simples cotilleos de personas de la tercera edad, se esconden las más rudas y controvertidas verdades que definen a las nuevas generaciones y de las que es importante ser conscientes.

Sevilla, 24 de abril de 2023

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