Por Juan José Cerezo
Solo hay silencio en esta habitación.
Siento una soledad tan profunda
que siento que no existo.
No acierto a conocerme,
no queda ya ni el eco de mis pasos.
Solo existe un vacío tan inmenso
donde ya no me aguarda
ni el anhelo de Dios.
Él está destruyendo todo en mí.
Sin embargo me ahoga
una sed innombrable
cuyo origen ignoro
mas que siempre me arrastra.
Esta sed sin sentido
-a la que tan en vano me encomiendo-
ni siquiera me sacia
con su impulso constante,
pues tan solo conduce
a seguir más sediento.
Esta sed que es mi emblema,
mi último bastión, mi único designio conocido,
me separa de ti.
Llévatela, de pronto, mi Señor,
que no quiera aferrarme a su desdicha,
y que pueda ser libre
para ir a tu encuentro
con la fe verdadera
del que no tiene nada.