Escuchamos que los tiempos están cambiando. En cierta medida los cambios van con los tiempos que corren. No es ninguna novedad que esto ocurra, pues todo se modifica con el paso del tiempo de una forma u otra. No obstante, la velocidad con la que se están produciendo dichos cambios, nos lleva a pesar que estamos ante unos tiempos difíciles o convulsos.
Con la globalización el mundo parece moverse al unísono de forma agitada. Eso puede tener consecuencias tanto positivas como negativas. La comunicaciones nos han unificado para bien: Cuando el hombre se propone una llamada de atención en todo el orbe, lo logra gracias a la tecnología con la que contamos.
Luego está preparado para informar a la humanidad con medios propios; de tal modo que recibir y dar información es nuestro privilegio. Sin embargo, hoy en día que contamos con una tecnología puntera, muchas veces estamos mal informados, desinformados, confundidos e incluso equivocados. Dice Albert Camus (dramaturgo, filósofo y periodista francés, 1913-1960) que todas las desgracias del hombre provienen de no hablar claro; hasta tal punto que la verdad no se persigue porque se antepone a unos intereses personales como algo innegable. Intereses que nos proporcionan poder sobre los demás; entre ellos está el dominio mundial. Por conseguir tal dominio se manipula información; se miente, se oculta; e incluso se abusa de las personas. De ese modo aparece la desconfianza social, pues "la gente nunca está convencida de tus razones, de tu sinceridad, de tu seriedad o tus sufrimientos, salvo si te mueres"(Camus).
Existen sectores que han condenado la globaliazación, donde el hombre ha caído en su propia trampa; y es que "la necesidad de tener razón es el signo de una mente vulgar" (Camus). Con la guerra de Ucrania el mundo se halla en cierto modo en jaque, y por ello da marcha atrás en algunos proyectos. Tenemos el ejemplo con ciertos productos básicos, pues al estar centralizados es más fácil interferir en su libre circulación. Este es el caso del grano de Ucrania o granero del mundo, sabemos que un boicot por parte de Rusia pudiera provocar una hambruna a gran escala.
El mundo no acaba de centrarse en todos sus ámbitos, pues cuando no es una guerra por la lucha de la hegemonía mundial, existe el vecino de turno que funciona por encima de sus posibilidades para dar a entender que es el que mejor vive de la ciudad donde habita; ello da lugar a ese materialismo salvaje que está imperando en una sociedad cada vez más insostenible, donde las personas se miden por el grado de confort que poseen: coches, casas, atuendos, etc.
De aquí surge un posicionamiento social: “dime con quien andas y te diré quien eres” (refrán que ya aparecía en la “segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha”) e incluye un brillante perfil en las redes sociales. Si no lo tenemos, pues lo fabricamos. Para ello dedicamos parte del día a hacer selfies, con el fin de ocupar el lugar que nos convenga. Adaptamos nuestra vida e imagen a los deseos, ya que en definitiva son lo que para nosotros cuenta, lo que impera en nuestra vida. Los deseos conseguidos nos hacen sentir mejor de lo que ya somos ante los demás, aunque en el fondo seamos pura falacia.
De ese modo el hombre se ha convertido en acaparador, y por los bienes compite con los demás. Y aquí aparece las comparaciones. El paso siguiente es hacerse la vida difícil unos a otros. Sin embargo, estamos muy equivocados: “tu enemigo no muere por el veneno de tu rabia, sino por el antídoto de tu serenidad” (Gabriel Roa en Twitter) pues “el problema no es el problema sino la actitud ante los problemas”(Jack Sparrow dixit); y esa actitud egocéntrica, egoísta, entre otras cosas, es la que nos mata a la mayoría y nos lleva hacia el callejón donde nos hallamos.
De ese modo nos encontramos inmerso en un mundo oscuro y falto de valores; donde solamente interesa dos cosas: de manera individual la imagen ante los demás, mediante el estatus; y de manera social, rodeado de confort y acompañado de nuestro grupo de turno; el que hace o dice aquello que nos convenga. Luego aquel que nos hostigue le echamos nuestro grupito encima, y de esa forma nos deshacemos de las molestias que nos puedan originar para seguir el camino de una ascensión que bien pudiera ser política, social o económica.
Pero claro a la camarilla de turno que nos pudiera apoyar la tengo que incentivar, para que me cubra las espaldas; dando lugar a una especie de pequeña mafia: con la camarilla al fin del mundo; ésta no me debe fallar, porque me quedo con la espalda descubierta.
Para cubrir mis espaldas necesito hacer el bien aquellos que me apoyan a base de prestaciones, favores y buenos contactos. Así el mundo se va colocando en pequeños o grandes bloques hasta darse luego el encontronazo y seguir compitiendo con el posicionamiento: los grandes con los grandes, aspirantes a la lucha de la hegemonía mundial; los pequeños aspirantes a directivos, caciques, administradores sociales, etc.
Este es el gen maldito del hombre: aspirantes al mayor dominio posible. Para ello se necesita dinero y ejercer la máxima influencia social. Mas o menos lo que está pasando a pequeña escala, se repite a lo grande, con su DOSIS DE PODER Y ORGULLO
No hace falta que haya guerras. /Ya nos morimos de deseo, de asco, /de inanición, de orgullo.
Ni vagar por el mundo./ Ya viene a nosotros, nos hace andar de cabeza /—nos colma de rabia, de angustia, de desesperación— / ante la violencia, las injusticias sociales, /el acoso de los bancos...
Tampoco hace falta que nos domine la piedad, / la impiedad protege y vuelve de piedra.
Ante la dureza y la intolerancia, /¡que reviente el más débil! / Somos tantos que, uno menos, no importa.
A no ser que el poderoso de turno lo ordene, / ejerceríamos la guerra, / moriríamos por nuestro ideal. / ¡Oh!, España es una, gran..., de libre egoísmo.
Escuchamos a menudo que los tiempos están cambiando. En cierta medida los cambios van con los tiempos que corren. Me pregunto, ¿a quiénes benefician dichos cambios? Detrás del tinglado está la lucha por el poder a pequeña y gran escala. No es novedad que esto ocurra, pues todo se modifica con el paso del tiempo de una forma u otra; no obstante, la velocidad con la que se están produciendo dichos cambios, nos lleva a pesar que estamos viviendo unos tiempos difíciles y convulsos, en una Tierra donde existen recursos finitos y persiste en el hombre una ambición desmesurada.