Su recuerdo

Por Nuria de Espinosa nuriadeespinosa


Hay silencios que no se pueden perdonar, porque el día tiene una deuda con la noche. En el tiempo no quedaba sitio para el rencor… Pero si quizás en algún lugar para el amor.

Esa mujer iba pensativa, caminaba sola por la vereda. Descubrió aquella noche de un día extraño y solitario el iris que su mirada despertaba como una rosa mimada que se perdía. La mujer, Lucía, portaba sobre su cuello la esmeralda en que una noche sus ojos creyeron en el amor.

Su trabajo le reportaba un mísero salario que apenas alcanzaba para su sustento, se sentía tan gregaria en su propia soledad que no pensó en sus seres queridos.

¿Qué extraño pensamiento juzgaba su mente?

En aquel punto, el viento cantaba y las farolas alumbraban la solitaria avenida. Se preguntó si su deseo no era motivo de la sinrazón. ¿No pedía tanto?...

Admiraba el progreso, sin embargo, para ella fue nefasto. La tecnología le retiró de su puesto principal y le relegó a otro más inferior y menos remunerado.

—¡Malditas máquinas! — Farfulló.

Rascacielos de cuarenta pisos con sus ascensores y escaleras de emergencia. Una urbe iluminada esperando la navidad más ausente de la realidad que nunca. Se encogió de hombros con las manos en los bolsillos y se enemistó con sus zapatos.

—¡Sigo esperando!... —Gritó.

Desde el otro lado de la acera, unos ojos no dejaban de observarla. La vida parecía no querer concederle su deseo; ser amada, ser feliz y vivirlo con su familia. Su familia… ¡Qué lejana la sentía!.

¿Por qué, porque se fue aquel día y nunca regresó?

Era un pensamiento transitorio que no dejaba de avizorar en la oscura noche. Tal vez sucedió algo que no le permitió volver, pensó, pero me habría avisado. No, no, se fue y me abandonó.

—Estoy aquí… — Gritó de nuevo, aquí y quiero ser feliz, feliz…

Se hundió de nuevo en la tristeza y siguió caminando. Al cabo de unos segundos un haz de luz alumbró sus pasos. Ella se quedó atónita, era su mente que la estaba trastornando. Sin embargo, ante ella apareció Simón.

—Simón, murmuró. No, no puede ser.

—Lucía, solo tengo unos minutos. Nunca te abandoné. Morí en un accidente. Tu tristeza, soledad y angustia han hecho que los ángeles custodios te concedieran tu deseo. ¡Volver a verme! Aún llevas la esmeralda que te regalé. Debes seguir adelante, volver a sonreír. Dejar que el amor entre de nuevo en tu corazón y por favor, regresa con tu familia. Ellos te añoran y ya han pasado cinco años desde que fallecí. Debes pasar página.

—Pero yo, yo no puedo. No, no te vayas…

—Señorita, ¿se encuentra bien? —se atrevió a interferir, pues ella hablaba en voz alta.

Lucía se quedó inmóvil. ¿De dónde ha salido? Se preguntó.

—Perdone hace rato que la observo desde el otro lado de la acera y como hablaba sola… No quisiera entrometerme, no obstante me pareció que necesitaba ayuda. ¿Puedo acompañarla?

—Sí, — dijo, en un tono de voz casi imperceptible, quizás Simón tenga razón, ahora sé que me amaba. — Sí por favor ya estoy cansada de caminar.

—Bien, la invito a tomar un café si le parece bien.

—Por supuesto.

A partir de esa noche volvió a ser feliz y nunca más se separaron. La vida para ella fue siempre en familia, amando a Raúl y recordando con cariño a Simón. Pero sobre todo, cada noche encendía farolillos en honor a los ángeles de la guarda que custodiaban las almas.

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