El secreto de las hadas

Por Nuria de Espinosa nuriadeespinosa


Isabel acababa de acostarse, cuando vio por primera vez unas luces diminutas que volaban por su habitación. Eran Hanna y Fanny, dos hermosas hadas.

Ya había pasado un año desde aquella noche y de nuevo se acercaba la Navidad. Isabel estaba impaciente, esperaba ansiosa que llegara el anochecer para poder celebrarlo con sus amigas las hadas. Les había preparado unos regalos. Una pequeña cajita de madera barnizada, con un pequeño corazón de cristal pegado en la tapa y una mariposa de tela de color rosa. Estaba segura que les encantaría.

Isabel esperaba nerviosa en su habitación sentada al borde de la cama con solo la luz de la lamparilla encendida. El tiempo avanzaba y ya se escuchaban los villancicos navideños que se filtraban a través de la ventana, envueltos en el silencio nocturno que comenzaba a ser invadido por los coros de la Navidad.

Sin darse cuenta Isabel se fue quedando dormida.

De pronto dos lucecillas, emergieron de la penumbra de la habitación. Hana y Fanny cogieron los regalos, miraron a Isabel durante unos segundos y con lágrimas en los ojos se marcharon hacia la oscuridad de la noche para no regresar nunca más.

No podían revelar su secreto, lo tenían prohibido. Si los adultos conociesen su existencia, desaparecería su mundo, que estaba gobernado por la inocencia. Y es que Isabel, aquel mismo día, había dejado de ser una niña para convertirse en una mujer.

Isabel pasó noches, días, años, esperando a sus amigas las hadas, preguntándose ¿Por qué no volvieron a visitarla? Y cada día al anochecer se quedaba un rato al borde de la cama con la esperanza de verlas aparecer.

Una tarde al oscurecer mientras observaba a través del cristal de la ventana del salón, le pareció ver unas lucecillas que se acercaban. Pero no, no eran sus amigas las hadas, sino simples luciérnagas que revoloteaban por el jardín. Isabel se entristeció mucho y una extraña aflicción comenzó a invadir su mente. Entonces tomó la firme decisión de seguir esperando convencida de que Hana y Fanny volverían.

Meses después…

—Permanece en un estado continuo de melancólica nostalgia. No sé explicarlo mejor, hay algo en su rostro, como una especie de alejamiento —dijo el doctor, frunciendo el ceño.

—Ha pasado ya tiempo desde qué…—evitó continuar, la mujer le observaba fijamente.

Por unos instantes el doctor titubeó, pero solo percibió un vacío en sus ojos. Movió la cabeza negativamente y fijó la vista en su acompañante, esperando algún gesto o comentario.

En ese momento la paciente, aparecía con la mirada perdida en algún punto lejano.

Los dos hombres se miraron. Uno, cogió la pluma que colgaba de su bolsillo delantero y anotó: reclusión. El otro hombre escribió:

“Continúa en su mundo de fantasía…” —Siguió escribiendo— “… la noche, las hadas, ausencia, no sabe regresar. Tratamiento: electroshock”.

Volvieron a dar una ojeada a la paciente y se marcharon.

Al cerrarse la puerta de la habitación, pequeñas luces aparecieron tras el cristal. Isabel sonrió, abrió la ventana y se dejó fusionar por ese mundo mágico que la transportaba, acompañada de sus amigas las hadas.

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