¿Por quién doblaron las campanas?

Por Nuria de Espinosa nuriadeespinosa

El viejo capitán había dejado el mar advirtiéndole su adiós a las armas. El invierno pesaba en sus doloridos huesos. Ahora; quedaba allí, en silencio, junto a los murmullos de las voces que provenían de algún rincón de aquel malévolo entramado de callejones desconocidos. Las campanas de la iglesia repicaban y Ernest hacía oídos sordos. Una mueca forzada en la comisura de los labios delataba su rabia. Se ocultó bajo las garras de aquel extraño laberinto de calles sin sentido. El aire se volvió tan irrespirable que resaltaba cada músculo facial como si fuera la obra de un gran artista. Las campanas volvieron a sonar insistentes recorriendo el entorno como un fantasma cuyo mensaje asoma desde las entrañas del infierno. 

Se sintió solo; derrotado y agotado. 

¡Qué atroces podían ser las fauces del destino! Ni la sabiduría, ni el conocimiento lograban despojarle de su arrepentimiento. Quedó callado, prestando atención al perverso sonido que el clamor de las campanas estallaba en su mente.

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