El fin del mundo

Tenía el corazón en vilo; el fantasma de los asesinos, era invocado en la noche de los silencios. Turbado se asustó. El lamento proveniente de las paredes se clavaba como dagas en su alma. Siempre tuvo temor a esa noche de los difuntos. Los ruidos que provenían del sótano, donde las sombras vagaban hacia el abismo del inframundo, y los despojos de la presencia de los moribundos a su paso dejaban un hedor insoportable.  

La mirada de Pablo se clavó sobre las paredes vacías en un lamento incierto al ver las sombras lúgubres que vagaban por la casa desde el interior del sótano. Exhausto y cansado le costaba pensar en cómo salir de la casa sin ser visto. Desconcertado pensó que lo mejor sería cruzar por la cocina que estaba cerca del habitáculo donde se ocultaba; debajo de las escaleras que subían a la planta superior y después salir por la puerta de atrás.

 Sin hacer ni el más mínimo ruido, salió arrastrándose con mucha cautela hasta la cocina. Abrió la puerta y salió. Afuera el frío invierno calaba los huesos. Pablo, desde el exterior veía las sombras que parecían vagar como si arrastraran lastre. De pronto la luna se cubrió de un manto oscuro y el silencio reinó en la calle. La puerta de la entrada se abrió, el misterio de a quienes pertenecían aquellas sombras pronto quedó descifrado; el inframundo abrió sus puertas dejando salir entes demoníacos. La entrada y salida estaba en el sótano de Pablo, no podía creer lo que veía. Se acurrucó entre los setos para que no lograsen verlo. Tenía la sensación de estar en un horrible sueño y no haber despertado. Algunos de los demonios desaparecían entre la oscuras callejuelas. La sangre le hervida como si estuviera atrapado entre dos mundos. Escuchó gritos espeluznantes y después un silencio aterrador. Cerca de él, pasaron sombras sin rostro que le pusieron los pelos de punta. La casa, quedaba bajo la sombra de un árbol centenario. Algo descuidada de pintura, Pablo pensó que era su hogar y no podía permitir que esos seres entrasen y saliesen a su antojo matando personas inocentes. Entre la maleza y los arbustos se desplazó mirando a todas partes. Varios gatos maullaron en lo que supuso peleaban por algún resto de comida encontrado en la basura. 

Escuchó el leve crujido de las hojas bajo los pasos de alguien que se acercaba, se puso tenso. El espectro no lo vio, pero, él al verle el cuerpo corvado, prominentes garras sintió un escalofrío por todo el cuerpo; no era un espectro normal, había algo en el que le hacía diferente; tal vez su larga melena, o sus ojos que parecían traspasar las paredes. Pero se movía como si buscase algo, o, a alguien. Tras él, un inusual cortejo de extraños seres que parecían almas abandonadas de otro mundo seguía sus pasos. 

Pablo rezó para si mismo. Estaba aterrado y le impedía mover un solo dedo. Cuando vio que el ser se giraba hacia él empezó a temblar. Los demás le siguieron y se pararon justo frente a él. Inmóviles lo rodearon, cerrando todo posibilidad de escapar. Lo agarraron de los brazos y se lo llevaron a las puertas del infierno. Desde el sótano de su casa, vio aterrado el enorme puente del mismísimo infierno y el camino del inframundo que recorrían hacia su casa y de allí a la ciudad. El final del mundo se aproximaba. Gritó con todas sus fuerzas al pensarlo; fue, lo último que hizo, antes de ser pasto de los demonios.

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