En el Café Gijón

Por Nuria de Espinosa nuriadeespinosa


Como todos los jueves mientras tomábamos café, la tertulia de la tarde no podía faltar.

Hablábamos de todo, desde literatura hasta sucesos truculentos como el crimen de la calle Fuencarral. 

Madame Pimentón también fue motivo de burlas por su asiduidad a los cafés de la periferia de la época. 

Incluso hubo quien la advirtió, pero era una mujer independiente que no daba importancia a las habladurías.

Atraídos por el renombre que tomó el Café Gijón, un grupo de jóvenes contertulios se añadieron a las tertulias. Allí, conocí a mi mejor amigo y padrino de boda, Javier Ponce.

Una noche, salíamos charlando acaloradamente y tropecé con la que sería la mujer de mi vida; Marcela. Me casé con ella y tuvimos dos hijos preciosos.

Pero nunca dejé de asistir a las tertulias de la tarde mientras tomábamos varios cafés, hasta que el crepúsculo nos avisaba que ya era la hora de volver a casa.

 

Con los años, mis pies cansados y pesados necesitaron el apoyo de un bastón para no dejar de asistir a las tertulias en el peculiar café. Profundas arrugas surcan mi reseca piel; la tercera edad parece el cruel final de la vida, pero en realidad es el descanso del día a día, donde las horas son eternas y los días aún más. Años atrás, perdimos a Cayetano, un buen tertuliano y mejor amigo que tuvo la mala suerte de tropezar al bajar de la acera y se dio en la cabeza muriendo al instante.

 

Hoy, con 92 años, añoro las tertulias y el sabroso café en las tardes sobre todo de invierno, largas y pesadas. Marcela me dejó hace 5 años y desde entonces no he vuelto al café Gijón. Me pesan los años, la espalda, los huesos me duelen de la artrosis, y la soledad a entrado en mi vida.

 

¡Qué triste és la solitaria vejez!

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