La buena imagen o agradable apariencia es uno de los pilares básicos de nuestra sociedad, aunque veamos en algunas ocasiones que “las apariencias engañan"; sin embargo, en otras comprobaremos que “a –casi– nadie le amarga un dulce”; de ese modo, entre adagios, refranes, enseñanzas, etc., se va forjado un mundo contrapuesto, en constante guardia, debido a la forma en la que se manifiesta la cruda realidad, sobre todo al cerciorarnos de que “no es todo oro lo que reluce”.
Ante tal galimatías nos preguntamos cómo actuar, ya que, a casi todos nos apetece estar presentables: primero para nosotros y, después, para los demás; no obstante, a muchas personas nos molesta que nos lleven como florero a algún evento concreto, porque además de presencia poseemos inteligencia y sentimientos.
En una de las conversaciones que tuve con mi esposo, compañero de gozos y fatigas, resultó ser un gran defensor de la forma en toda regla; y no le quito la razón, aunque yo reconozco que, a mis años, voy dando más importancia al fondo de cada persona. En todo caso, fondo y forma deberían ir de la mano en perfecto equilibrio, cosa que no ocurre de manera habitual, ya que vivimos en el mundo de la forma o pura apariencia, en el que se le concede mas importancia a la imagen.
El tema cobra interés en la medida que te adentras: Uno/a comienza a decantarse por el fondo o por la forma según la persona y su circunstancia. Cuando se es joven nos atraen poderosamente las formas, por eso tratamos de mejorar nuestro aspecto: adelgazamos, nos bronceamos la piel, practicamos deporte, etc., siempre que sea de manera natural; no obstante, nos sobrevendrá el desequilibrio si tratamos de abusar: dar una imagen por encima de nuestras posibilidades, por estar más delgados de lo normal o, también, mantener un ritmo por encima de nuestra propia resistencia: Llegado el momento, se termina enfermando dado que mostramos una naturaleza distinta a la que deberíamos; de ese modo corremos el riesgo de padecer anorexia, trastornos de personalidad, neurosis, etc., ya que” las falsas apariencias son como los edificios, tarde o temprano se derrumban y se descubre el verdadero ser” (redes).
Una persona que no se siente realizada, en el fondo, no es feliz, ya que se es, en momentos contados, cuando se siente completa. Si nos paramos analizar, este mismo hecho, lo hallaremos vigente en nuestra sociedad: Existe un claro desequilibrio entre el fondo y la forma. Lo comprobamos en cualquier campaña política: Los candidatos de los diferentes partidos se preparan para lucir sus mejores galas prometiendo el oro y el moro a cambio de nuestro voto útil. La forma con la que se presentan estos candidatos ante las redes es fundamental, ya que, de dicha campaña, saldrá el futuro presidente del gobierno; luego, más tarde que temprano, vamos a saber si, en el fondo, está cumpliendo con lo pactado o se están quedando las promesas en agua de borrajas.
Una vez en el poder el presidente, vicepresidente, ministros con sus carteras, etc., deben mantener una imagen: cambio de residencia, formalismos en toda regla, incluido protocolos, etc.; pasado el tiempo de acomodo, entonces se comenzará a ver los resultados de lo prometido en dicha campaña electoral, aunque ya sabemos de antemano que los políticos prometen más que cumplen; de esa manera surge la “hipogresía” viene a ser –sin ser oficial, claro– fingir unos sentimientos que contradicen lo que realmente se piensa (Daniel Sanz, Arquitecto), que para el caso es el mismo: muy buenas palabras pero pocos hechos.
Los que tenemos unos cuantos años a nuestras espaldas, hemos contemplado como llegado el día no ha habido vuelta atrás, cuando “la suerte –ya– está echada”: Se pueden tener muy buena presencia, un discurso intachable, monólogos "a tutiplén", etc., que si la vaca no da leche el ternero se nos muere, señores, así es la realidad o fondo de cualquier cuestión. Luego fondo y forma debería ir de la mano; no obstante, lo primero que hacemos es echar un vistazo, y, si la cosa no nos convence o nos gusta su aspecto pues lo desechamos sin temblarnos el pulso, por muy buenas intenciones que haya en el verdadero fondo de algún asunto; luego, para bien o para mal, como oportunidades no nos faltan, pues seguimos con la costumbre del primer golpe de vista para tomar gran parte de nuestras
decisiones.
Fondo y forma son conceptos contrapuestos que deberían ir juntos, en perfecto equilibrio. Lo mismo que ocurre con ésto, nos va a suceder con las ideas que tengamos: Es tremendo pretender eliminar a una persona por no tener las mismas que nosotros, incluido aficiones y pensamientos, cuando ni siquiera las hemos tenido desde el principio de nuestra existencia, y, quizás en la medida que vayamos cumpliendo años y completando nuestra fase de vida, vayamos cambiando, madurando, con el fin de clarificar nuestro camino para sentirnos motivados, satisfechos y felices, que es para lo estamos aquí, no lo olvidemos: “La mayoría de los actos de nuestra vida son formas propias de la cultura que poseemos” (Francisco Javier Contreras).
Eso mismo ocurre en nuestra sociedad: No carguemos las tintas sobre los grupos o partidos que no piensen como nosotros (cuidado con el odio, al final se nos volverá en contra): Lo justo es tratar de comprenderlos, ya que, de forma positiva, aportan riqueza a nuestra sociedad: “en el fondo es buena persona", expresamos muchas veces cuando hemos comprendido la intención, aunque en el fondo no compartamos su idea o ideología; y es que “las apariencias –o formas– engañan", una frase que aparece "en obras de la Antigüedad grecorromana. Autores como Plinio el Viejo o Virgilio, los que previnieron a la sociedad de entonces ya alertaron sobre la poca fiabilidad de lo que vemos".
Existen los útiles pensamientos, las ideas oportunas, las buenas intenciones pero, si nos quedamos tan sólo en el idealismo y no bajamos a tierra hasta hacerlo realidad, nos habremos instalados en el lado platónico y figurativo de las ilusiones; luego “hay que darle forma a todo aquello que en el fondo del corazón deseamos lograr” (Pensamientos y Reflexiones). Volvemos pues al principio para recordar que, fondo y forma en nuestra sociedad deben ir de la mano; también deben ir de la mano las promesas que nos hagan los políticos acompañadas de sus respectivas acciones, para que no queden en el tintero; por nuestra parte deberíamos mostrarnos más tolerantes: moderar la forma en la que nos dirigirnos a los demás pues, en el fondo, todos deseamos ser aceptados, respetados y queridos.