La marea negra


(a España enferma y hundida)

Ahí viene,
          arrastrando soledades, auspiciando dudas;
     levantando recuerdos, pleamar del ocaso, crecida de
los adentros inhóspitos,
                             fluido que te cubre de nostalgia.

La marea de la vida llega para todos;
                    a veces sin apenas presentirlo ni esperarlo.
             Se adentra poco a poco tras ocuparte como densa
niebla y te deja a oscuras, sin luz propia.
Es cuando el alma se resiente, se turba, se cuestiona
                                        soledades infinitas.

Ahí viene, silente, en su asalto pretende
               arrastrar tu alegría:
                         dejando su rastro de atardecer innato.
En esa tarde el canto de los pájaros no será el mismo,
y las mariposas hábiles no trascenderán su espacio
                                       ni ofrecerán diáfanas sonrisas.

La ola viene e invade tú espíritu,
                                       anega tu aliento o espera
al socuello como soledad ingrata
                               que precisa clavar sus uñas,
              zaherirse, arrastrarte con ella por siempre jamás.
Sólo entonces el alma se da cuenta,
                               abre sus puertas e insinúa
una salida...
              Más allá de todo está la del ocaso, encendida.

Es cuando la crecida negra se manifiesta
furiosa, huracanada; pasa en huida, hacia los abismos
                                 siderales de la noche:
y el alma se queda serena, fortalecida, agradeciendo
                   la batalla de vida, felizmente ganada en libertad.

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