Por Ezequiel Marín
Ayer fue uno de esos días que crees que nunca va a llegar. Uno de esos en los que, como demócrata y futuro periodista, no quieres ver ni un atisbo, por minúsculo que sea, de ello. Fue uno de esos días –otro más– que quedará guardado para la historia de este indigno Gobierno. Y es que, nunca una pregunta podía hacer tanto daño a una sociedad. Nunca una pregunta, aunque fuera una idea plasmada en un papel, podía enfundar tanto miedo de unos a otros; de otros a unos.
“¿[…], o cree que hay que mantener la libertad total para la difusión de noticias e informaciones?”, era el final de una pregunta de quince palabras, pero con una idea difuminada cual humo de un cigarrillo consumiéndose como la libertad de expresión de nuestro país. Y es que, por pequeño que parezca el atisbo de luz que entra por la ventana, parece ya haber señalado su próximo destino: el Artículo 20 de nuestra Carta Magna.
El periodista da voz al olvidado, al necesitado. El periodista es el altavoz que da voz a la sociedad. Nacemos para esta profesión, la vivimos; pero no podemos vivirla sin libertad. ¿Se imaginan ustedes que los periodistas no pudieran ejercer algo tan bonito como su profesión en libertad?
El periodismo, como cuarto poder, ha servido para fiscalizar el poder político a lo largo de la historia. El periodista, como perro guardián, ha sido capaz de cambiar el destino, de cambiar la historia. Así lo ha demostrado. El periodista ha sido capaz de presionar y cambiar el rumbo de unas elecciones, como aquellas de noviembre del 76 precedidas por el Caso Watergate.
Imagínense no tener absolutamente ni idea del Caso Bárcenas, de la Gürtel o de la Púnica. Imagínense que el Gobierno de Cataluña sigue cobrando comisiones ilegales cercanas al 3% del presupuesto destinado a obras públicas. Imagínense que tampoco tienen idea del Caso Malaya, el Caso ERE o el más reciente de todos, el Caso FAFFE. Imagínense las voces de los periodistas, que son sus voces, las voces de la sociedad, acalladas por una sola fuente. Una fuente oficial al servicio del Gobierno.
Decía Rousseau que, una vez perdida la libertad, nunca se recupera. No estoy dispuesto a perderla. España pagó un precio muy alto para conseguir una democracia de pleno derecho y libertades. Aquellos que enarbolan las banderas y los logros de nuestros antepasados, se están olvidando de que gracias a ellos también conseguimos la libertad de expresión. Lucharon por una Constitución, por derechos colectivos, libertades individuales y, después del peaje que tuvieron que pagar muchos de nuestros abuelos, no pienso dejar que pisoteen mi libertad, nuestra libertad, el periodismo.
Sr. Sánchez, Sr. Iglesias. No se equivoquen: el periodista no es un siervo del poder público. El periodista no es su perro guardián, que responde a sus manos de trileros. El periodista es el perro guardián de la sociedad que solo obedece al corazón de los ciudadanos. No lo olviden.