Cuarentena políticamente incorrecta


Rebobina y piensa. Llevas más de 30 días amaneciendo de la misma puta manera, viendo la ¿vida? por una ventana (enhorabuena si tienes balcón o patio, te envidio).

Más o menos intentas mantener una rutina -puedes engañarte a ti mismo-, pero sí, llámalo equis. La rutina del preso, sin vis a vis.

Desayunas más tranquilo, ya no tienes el estrés de llegar tarde al trabajo. Tal vez te han despedido (raciona el desayuno, que no cobras hasta mayo), o tal vez estés “haciendo lo que puedes”, desde casa.

¿Tienes niños? Te requieren constantemente. Si antes eras “Pepe” en la oficina, ahora eres “papá”, y tu nombre se repite implacablemente cada 20 segundos. Sé positivo, puedes mandarlos a colorear mandalas, a los jefes no podías.

¿Sin niños? Nadie te requiere. Soledad absoluta. Ahora pagarías por estar en la situación del párrafo anterior. No importa, elegiste tener un gato, que hace una compañía del carajo, vaya, digamos que hasta te trae las zapatillas.

Pones la tele de fondo y ves mierda, mucha mierda. Es realmente provocador ver a la panda de sinvergüenzas que dirigen este país. Y es igual de provocador ver a la otra panda de sinvergüenzas en potencia, la “oposición”, aprovechando la coyuntura. Sinvergüenzas todos, sí. Todos se dan golpes de pecho por haberse quitado las dietas, ese sobresueldo indecente que solo algunos disfrutan y que, en muchos casos, multiplica el SMI que recibe el currante menos afortunado.

Pones la tele y te subes por las paredes cuando ves esa forma de prostitución que ha resurgido en tan solo cuatro semanas: el neoperiodismo subvencionado. Venga, trágate este nuevo formato en el que hay cinco minutos de noticias, treinta de “todo va a salir bien”, un repaso por los falsos “ángeles” destacados del día, que ayudan a los demás de forma NADA ANÓNIMA y, de postre, el torso de varios futbolistas y los traseros de sus actuales parejas, en la sección de deportes. Sí, todo va a salir bien, está claro. Mientras existan abdominales y buenos traseros, podemos aguantar un día más.
Toca salir a la calle acompañado porque tienes perro. O no, porque tienes hijos. No cotiza una cosa lo mismo que la otra, mire usted. El caso es que todos nos miramos a lo único que se nos ve ahora, los ojos. Por suerte te consuela que la mascarilla te hace la misma cara de gilipollas a tu vecino. Algo es algo.

Esto empieza a afectar a tu humor, aunque no lo quieras reconocer, no miras a los demás de la misma manera. Ves a alguien paseando por la calle disimuladamente, subes a la azotea y pillas a tu vecino haciendo deporte, descubres se están adoptando muchos perros, el cabrón de al lado que no aplaude a las ocho, el cabrón del otro lado que sí -y también te toca los cojones-… ese desconocido que echa en su carro los veintisiete últimos botes de gel hidroalcohólico del estante… en fin, tu sonrisa es una mueca.

Pero digo yo… ¿no has aprendido nada? ¿No estabas en medio de un arcoíris vomitivo de orgasmo colectivo? Pues no, porque sigues siendo primario, y la pirámide de Maslow no ha cambiado, salvo por lo del papel higiénico (nos lo tenemos que hacer mirar, todos).

Al final, sabes que verás muchas cosas de una manera distinta cuando salgas de ésta, pero no te engañes, sufrirás menor decepción si te conoces a ti mismo, unas semanas de encierro no van a anular tu programación genética, la que te convierte en lo que eres a nivel animal.

Igual que hubo épocas en las que los universitarios hicieron revoluciones contra del sistema, y ahora son más burgueses que sus antiguos objetivos de protesta, tenderemos siempre a volver a ser lo que fuimos. Y cuando esto pase, serás igual, solo que con algunas conductas perfiladas.

Puede que cuando muramos nuestra alma se libere, sea gaseosa y sus moléculas se separen buscando alcanzar el infinito. Pero mientras esté dentro del ser humano, es como un puto globo, un globo de mierda, estará atrapada y se adaptará a lo que toque, sin más margen que la capacidad de elástica de su recipiente.
Mientras tanto, si quieres un consejo, céntrate en las personas que de verdad amas y en ti mismo, no te olvides, también te necesitas para amar a los demás.
Acabó el día, amanece al siguiente. Relájate.

Apuras la taza de café y, por distraído, te tragas el poso, arenoso, amargo y frío.
Ya queda un poso menos.

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