Por Álvaro Ballesteros Manzanares
Es innegable que nadie hace repudio a un abrazo de sus seres queridos; un buen apretón de manos siempre ha sido signo de cerrar un fructífero negocio; y aquel beso que nunca olvidaremos, el perfecto signo de una relación que durará para siempre.
Hoy los códigos y patrones de la comunicación no verbal han cambiado radicalmente. Han ahondado en nuestro ADN ético y han construido con miedo e incertidumbre los nuevos paradigmas de las relaciones sociales.
Lo que antes suponía un choque de manos para expresar un acuerdo, ahora se manifiesta en la complicidad gestual a un metro y medio de distancia.
Pero, entremos de lleno en esas “barreras” que aun a riesgo de hacernos parecer fríos e indiferentes, salvan vidas y mantienen a raya la pandemia.
Las mascarillas ocultando la mayor parte de nuestra cara, más propias de recónditos países asiáticos, hoy figuran entre los elementos indispensables para salir a por los víveres necesarios. Esa mascarilla neutraliza nuestra expresividad, negando a nuestros músculos cigomáticos, la capacidad de mostrar una sonrisa de complicidad ante el receptor. Hoy esa sonrisa hemos de figurárnosla ante tan inhumano trozo de tela.
Los guantes, signo otrora de servicio médico o de piel atópica, hoy son la barrera que nos separan de todo aquel elemento físico que debamos palpar. El choque de manos se ha fulminado de nuestro ideario, sustituyéndose por un leve alzamiento de cejas (ya que la sonrisa tampoco es un instrumento hábil tras la mascarilla), resultando indubitablemente una merma en las relaciones sociales.
En lugar de tanto protocolo del estrechamiento de manos, de las sonrisas protocolarias tras la mascarilla, la sociedad ha sabido resolver esta encrucijada con más complicidad y más generosidad con el que lo necesita.
El distanciamiento social, o la proxémica, como se conoce en el argot de la comunicación, ha experimentado un ensanchamiento sin igual bajo el paraguas de las recomendaciones de las autoridades sanitarias. La distancia social y la esfera personal se han ensanchado hasta el doble, haciendo que nuestro deambular por cualquier supermercado sea una auténtica prueba de valor.
Echaremos de menos cierta cercanía social, el énfasis, “La Sal”, de nuestro entorno, pero todo esto pasará, viviremos de la experiencia como hemos vivido de otras tantas en nuestra história.
Lo único que queda claro es que el estrechamiento de manos jamás volverá a ser lo mismo sin un bote de gel hidroalcohólico al alcance de la mano.
Álvaro Ballesteros Manzanares es asesor en comunicación no verbal.