Si las elecciones pasadas, las últimas de verdad, hubiesen sido de sorpasso de la derecha a la izquierda, el gobierno que hoy habría tendría la misma estabilidad que un castillo de naipes. Bastaría el soplido a las masas, eso que tan bien saben hacer los de Podemos, para que se derrumbara una sobre otra todas las cartas ministeriales.
La derecha pánfila, esa que se une al 8M a sabiendas que será merienda del voraz neofeminismo, se debilitaría entre meaculpas y disculpas, dándole la verdad absoluta a las medias mentiras, o medias verdades, que se concebirían en feroces ataques y mortales críticas a la gestión, sean cuales fueren las decisiones tomadas y las medidas ejercidas, de la, ya sí, pandemia coronavírica.
Hacer leña del árbol infestado sabiendo que, hachazo a hachazo, este terminará cayendo. Reconozcamos que la derecha española actual es ese al que se le puede bullying y no protestará. Es el mártir del constitucionalismo, a quien se encomienda pero engaña con otros dioses menores; quien pone la otra mejilla y se ufana de ello mientras, desde la otra parte de la bancada, hacen escarnio del tonto útil en el que se ha convertido. Después sale una Álvarez de Toledo, y se ponen de perfil en la foto. Sale un Abascal y se colocan al lado del malote de la clase, que solo hace darle pescozones, por aquello del qué dirán. Como mucho hace ciertas arrimadas, ya me entienden.
A Sánchez e Iglesias, con un gobierno pleno de prescindibles y el alter ego del chulo del barrio, ni se les tose. En la gestión de la pandemia, según el presidente, todo se ha hecho y se hará según las indicaciones de los científicos así, si algo se les escapa de la manos, la culpa no será sino de epidemiólogos, virólogos y demás caterva experta. Las infectadas tras las manifestaciones del citado 8M ya lo son por tal causa, según han argumentado: «¡Lo gordo empezaba el nueve!».
Dos mil y muchos contagiados, casi sesenta fallecidos y ni una mala queja. ¿Recuerdan cuando el Ébola? ¿Recuerdan cuando iban sacrificar a Excálibur, el perro que se infectó por un descuido de su dueña, que trabajaba en un hospital al cuidado de Miguel y Manuel, dos misioneros que murieron de esa enfermedad y fueron masacrados por las hordas en las redes sociales? ¿Recuerdan a Sánchez diciendo que no cesaría de pedirle explicaciones a Rajoy el Escapista?
No es momento de derrocar gobiernos con la que se nos viene encima. Hay que solventar, entre las determinaciones de unos (el Gobierno) y la concienciación de otros (los ciudadanos), esta crisis sanitaria, social y económica que nos va cubriendo como una temible tormenta. Pero una vez pase, ser contundentes y exigentes ante este que, hasta ahora, tan solo ha hecho leyes que, lejos de favorecer la verdadera igualdad a la que nos conmina la Carta Magna, hacen peligrar el derecho a presunción de inocencia, como esa de la Libertad sexual —que yo suponía que ya existía—. O se dedican a escribir tuits, con foto ad hoc, de supuestos pequeñuelos dirigiéndose al ministro Garzón, o de Echenique haciendo uso de su sarcasmo, o subiendo vídeos de la señora de Iglesias —la subyugada sexualmente al parecer—, bebé en ristre, ya sea en el paraninfo de la Hispalense o en su despacho con tartita y peloteo incluidos, o ofreciendo comentarios camorristas, y de camorristas grotescos, del ministro Ábalos.
Hay que dejar de ser un país de borregos y timoratos escondidos en un franquismo, en un fascismo de ultraderecha inexistente a efectos de justificar la necesidad de su presencia en la política, o de la ideología que promulgan, mientras bandean con la bandera tricolor, puño en alto, junto a filoterroristas y secesionistas, justificándolos, olvidando que los primero no han condenado nunca el asesinato de sus propios compañeros del PSOE y a los segundos, en su tan añorada II república, los encarcelaron por lo mismo que hoy siguen reclamando. Cuando pase todo, la derecha española ha de abandonar su papel ramplón y disponerse a desmantelar una coalición llena de imprecisiones, defectos y desapariciones en momentos tan delicados como este.
Si la derecha mandara hoy, salvo contadas y honrosas excepciones, desaparecería por el sumidero con todas sus taras y complejos, asumidos sin un solo pero, como lo están ahora mismo el vicepresidente Iglesias, Casado, Arrimadas o hasta Abascal. ¿Dónde están todos?