Dedicado a los que estáis lejos estos días.
¿Cómo se puede pasar de una conversación a distancia, a un impulso primario que no puedes contener? Yo no lo sé. Y seguro que tú, tampoco.
Así es como sucedió, sin pretenderlo. Bastó estar a medio metro de distancia para que las miradas se clavasen y pudiésemos sentir nada más que el olor. Y lo que nos transmitíamos sin dejar de mirarnos. Sin más explicación, sin lógica alguna.
Horas y horas de conversación, de risas, de miradas cómplices y de ratos en los que solo se escucha la respiración. Lectura de poemas, de relatos, con la única distancia de la piel. Y es, en ese momento, cuando te das cuenta de que el tiempo no existe, y si existe, se ignora.
Es cuando haces el amor y solo quieres profundizar en la mirada de la otra persona, sin más sentimiento que ese, y sin más preocupación que el otro.
¿Pasado? No me importa. ¿Presente? Este. ¿Futuro? El nuestro.
Y es cuando viene la pregunta:
– ¿A qué huelo? – A ti. Sólo a ti. Porque no me recuerdas a nada, ni a nadie.