Así abría el 27 de marzo el diario italiano La Repubblica: "La brutta Europa": La mala Europa. Se refería a la reunión de jefes de estado de la Unión celebrada el día anterior; en concreto a la reacción de Holanda, Austria y Alemania ante la apremiante demanda de ayuda de Italia, España, Portugal y Francia para sofocar la crisis sanitaria y económica causada por la pandemia del Covid 19.
"Re-pug-nan-tes". El primer ministro portugués, António Costa, calificó de “re-pug-nan-tes” unas declaraciones del ministro holandés de Finanzas, Mark Rutte, en las que venía a decir “España, que se espabile”.
En Madrid los servicios funerarios han colapsado. Sanidad ha autorizado al ejército a hacerse cargo del traslado de los fallecidos a dos gigantescas morgues que el gobierno ha tenido que improvisar. En medio de tan trágica situación, el titular holandés no sé si falto de razón pero sí de cualquier atisbo de empatía, pide una investigación que averigüe por qué España no dispone de suficientes recursos económicos para hacer frente a la actual crisis sanitaria y a la subsiguiente crisis económica.
"Mi raza ha sido siempre una raza muy extraña, muy extraña. Las ideas que sobre ella corren son completamente falsas y mis compatriotas son los primeros en no tener la menor sospecha de quienes son, de cómo son. Apartados durante casi tres siglos de la "funesta manía de pensar", no han tenido más remedio que aceptar las ideas que sobre ellos venían del extranjero. Pero el caso es que esas ideas -salvo inesenciales añadidos pintorescos que los viajeros románticos pusieron- datan de muy vieja fecha. Son los juicios polémicos, resentidos y violentos que forjaron los pueblos del Norte cuando España mandaba en el mundo y combatía a la naciente Europa moderna. Ideas de la Reforma oprimida por la Contrarreforma. No hay probabilidad ninguna de que coincida con la realidad de nuestro ser lo que sobre él opinaron unos hombres situados bajo la lanza de Carlos V y frente a los arcabuces de los Tercios castellanos."
(Ortega y Gasset, Prólogo para alemanes)
La historia de Europa es la brillantísima historia de su cultura y también la de sus innúmeras guerras intestinas. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo pasado parecía que sus seculares heridas hubieran definitivamente cicatrizado. Tras el descomunal desastre de las dos grandes guerras mundiales y la dolorosa emancipación de las colonias, el proyecto de los Estados Unidos de Europa hizo que el Viejo Continente se fuera ilusionando consigo mismo y de nuevo encontrara un sitio de privilegio en un Mundo geopolíticamente partido en dos.
Así, en los últimos setenta y cinco años la Unión Europea se llegó a convertir en un club de selectos en que el sus estados miembros disfrutaban de un admirable estado de derecho y de bienestar.
Sin embargo, con el tiempo ha podido irse viendo que el ambicioso proyecto de los Estados Unidos de Europa ha quedado reducido a una frágil unión comercial y monetaria que raramente ha sido capaz de consensuar los intereses particulares de sus estados miembros en un interés mancomunado que lo erigiese en un actor seguro de sí mismo y con voz propia en un Mundo globalizado en el que USA, tras la caída del Muro y la desmembración de la URSS, ha tenido que empezar a rivalizar con China para mantener su hegemonía económica, tecnológica, industrial, militar...
De ser la reserva ética del Mundo y la custodia del acerbo cultural de Occidente, Europa ha pasado a ser otra vez víctima de sí misma, de su crónica "balcanización". El último desatino ha sido el Brexit, la escisión del Reino Unido, que se marcha de Unión Europea para ir -inevitablemente- a ninguna parte, pues USA hace tiempo se puso de frente al Pacífico, porque tiene que vigilar Asia, y de espaldas al Atlántico, porque ya no necesita a Europa como aliado preferente.
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Si decimos que el cristianismo, aunque finalmente no fuese reconocido en el Preámbulo del Tratado de la Unión de 2005, es uno de los principales pilares de la identidad europea, a la vez hay que decir que todavía es uno de sus más ancestrales motivos de disensión interna, y ello pese a estar Europa sumida en un irreversible proceso de descristianización, que no es sino un síntoma más de su decrepitud cultural:
La línea que en Europa separa el norte del sur y distingue los países ricos de los pobres, es la misma que desde el S. XVI geográficamente divide a los cristianos protestantes de los cristianos católicos. En el seno de la actual Europa permanecen subrepticiamente operantes dos concepciones antagónicas de la vida. Una, la católica, que cree que el hombre ya está "salvado"; otra, la protestante, que cree que el hombre tiene que trabajarse la "salvación".
Cada una de estas concepciones da pie a un ethos distinto. La católica, al que hace pivotar el logro del hombre en la inteligencia de un disfrute que se funda en una natural confianza en la vida porque no hay "deuda" con Dios; ésta ha sido saldada por el propio Dios. Y la protestante, al que lo hace pivotar en la inteligencia de un trabajo que se funda en un saberse en una permanente "deuda" porque ésta nunca fue saldada del todo y, más aún, nunca lo será.
Así, el ethos devenido del catolicismo favorece a un hombre semper satis y el del protestantismo a otro nunquam satis. El talante del primero es conservador y el del segundo, emprendedor. Uno es un hombre vitalmente "sedentario": tiene la "salvación" hecha"; el otro es "andante": tiene que procurársela. El primero tiene una actitud "místicamente" contemplativa ante la vida; el segundo, "ascéticamente" laboriosa. El ethos de inspiración católica no necesita la economía porque la "salvación" y la "gracia" son bienes sobreabundantes; en cambio, el de inspiración protestante sí la necesita porque la "salvación" y la "gracia" son bienes escasos que hay que administrar y acrecentar.
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Ortega y Gasset, maestro en tantas cosas, en los años veinte, hace ahora justamente un siglo, quiso mostrar a los alemanes que el español no es lo que en el Norte se pensaba de él . Ortega trató, incluso, de confrontar una y otra cultura, la brumosa germana y la luminosa española. En este sentido, su labor editorial fue ingente. Él pensaba que España era el problema y Europa, la solución.
Pasado el tiempo, sin embargo, el "spengleriano injerto" que aquellos políticos -de mucha más talla que los de ahora- trataron de ejecutar cuando consiguieron que España fuera (desde el 1 de enero de 1986) miembro de pleno de derecho de la Unión Europea y que el euro fuera (desde 1 de enero de 2002) su moneda, no parece que haya salido tan bien como era de esperar.
Treinta y cinco años después de su ingreso en la Unión, España sigue siendo país del Sur, país pobre y país "católico". Anteayer Holanda, Alemania y Austria, países del Norte, países ricos y países "protestantes" se lo dejaron claro a nuestro nefasto presidente del gobierno, Pedro Sánchez Castejón, en plena pandemia de un virus que no distingue entre norte y sur, entre rico y pobre, entre católico y protestante.
Pedro Sánchez Castejón, el nefasto presidente del gobierno al que el 26 de marzo de 2020 Holanda, Austria y Alemania le recordaron que España sigue siendo un país del "sur", "pobre" y "católico".
España "duele" hoy como dolía en 1898. A esta España, ahora sumida en el caos y vestida de un luto tan de ayer, solo le queda la baza de la educación, la creencia en la educación. El "día después" habrá que abrir las aulas y de inmediato ponerse a enseñar a los alumnos españoles lo que el maestro Ortega y Gasset tan excelentemente afirmaba en su Prólogo para alemanes:
"La condición del hombre es, en verdad, estupefaciente. No le es dada e impuesta la forma de su vida como le es dada e impuesta al astro y al árbol la forma de su ser. El hombre tiene que elegirse en todo instante la suya. Es, por fuerza, libre. Pero esa libertad de elección consiste en que el hombre se siente íntimamente requerido a elegir lo mejor y qué sea lo mejor no es ya cosa entregada al arbitrio del hombre. Entre las muchas cosas que en cada instante podemos hacer, podemos ser, hay siempre una cosa que se nos presenta como la que tenemos que hacer, tenemos que ser; en suma, con el carácter de necesaria. Esta es lo mejor. Nuestra libertad para ser esto o lo otro no nos libera de la necesidad. Al contrario, nos complica más con ella".
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Así, pues, se puede dejar de ser país del sur, país pobre y país "católico". No obstante, anteayer Europa fue "brutta" con nosotros. No era momento -desde luego- de preguntar "dónde están tus ahorros, España", sino "dónde están tus muertos y qué puedo hacer por tus vivos". Solo la educación puede hacer cambiar el ethos de un país. Y solo la cohesión de sus estados miembros puede salvar a Europa de su declive.