Joaquín Zapata Pinteño, "Un caracol nocturno"


Nuestro poeta nace en Alicante y reside en la ciudad de Bogotá, o eso al menos parece, porque se le ha visto por las calles de La Habana vieja y de Santiago de Cuba, o en Valparaíso o en algún puerto del Mar de Barlovento o del Mediterráneo, todos pairajes que parecieran que han sido sus hogares o desarraigos, sus moradas o peregrinaciones. Sabemos que Zapata Pinteño está vivo porque es poeta, pero no sabemos dónde vive porque es poeta.

Tal vez cuando lo sepa
mi voz nocturna camine hacia la nada.

Y decimos que es poeta, porque hay algunos otros que lo han conocido como abogado, como procurador o como médico... Por mi parte, he de decir que no sé si se trate del mismo Joaquín Zapata Pinteño del cual hablamos. Yo, al único Pinteño que conozco es al poeta, al autor de La invisibilidad de la ceniza, de Escalones de agua, de Memorias que no son, donde se reúnen poemas de sus dos anteriores libros y de uno aún inédito: Disolución del silencio; y al también autor de una novela, Azariel: el hombre que domina el mar, (¿Se tratará del mismo Zapata Pinteño? Creemos que sí, que no puede ser otro) y de Un caracol nocturno (Ediciones Exilio, 2018), libro dividido en cuatro partes y que hoy presentamos ante ustedes, nuestros lectores de la revista LETRA LIBRE.

A mis insomnios regresan
risas armonías amores ecos
y yo con mi velero a punto de zarpar.

La primera jornada y más extensa de Un caracol nocturno, poemas en verso libre, "de valor rítmico, breve y evocativo" como bien nos dice el poeta Virgilio López Lemus en el prólogo "Un rectángulo de agua", esclarecedora visión en torno de la obra del poeta Zapata Pinteño, se denomina El rencor de la vigilia, un viaje por los mares de la nostalgia:

En un largo sendero de garganta
resurge un muchacho navegando
por una isla de lunas y de peces.

Lejos del puerto que lo viera nacer:

Tan lejos del mar
Tan cerca del silencio y de la lluvia.

Lejos de donde fecundó la vida, y que su alma de poeta se niega a dejar morir:

Por eso es mi refugio un mar
con la brisa salina de sus labios
y un jardín de galanes y alhelíes.

Lejos de sus seres amados, vivos en su palabra elegíaca, la de la tercera parte del poemario (Elegías), tres homenajes y adioses en prosa poética a sus seres amados, a la amistad, a la vida que somos en los otros, llámense nuestro hijo (Miguel Ángel) o nuestras amistades y compañías: los poetas Alberto Rodríguez Tosca o Rafael Alcides:

Desde el silencio de esta isla mis ojos están mudos y hasta mi horizonte nunca regresan las distancias. Aquí desembarcó su libertad un corto tiempo, apresurada, y cuando el fervor de sangre quedó frío, fue mi noche la hondura de un sollozo y un largo palpitar de olmos y palmeras.

La segunda jornada, también en prosa, se denomina Cortinajes del olvido, y más que poemas son meditaciones, diálogos consigo mismo y con sus sombras, por eso el poeta recurre al uso del plural mayestático con el cual nos conduce por medio de un tejido coral, entre los paisajes de la memoria y el olvido, entre el nosotros, entre el tú y el yo que somos todos:

“No sabemos", "Deberíamos no ser", "Abrazarnos", "Dejemos la seducción", "Sobrevivirás si regresa tu sonrisa", "Quédate en silencio". "Advierte que la piedra sabe", "Yo, ciegamente", "Y me bebo en su beso", "Es mi única certeza".

Y la última parte, Poliedro, es una jornada donde Zapata Pinteño reúne fragmentos de seis poemas de los poetas Antonio Machado, Federico García Lorca, José Asunción Silva, Giovanni Quessep (el único poeta que cita y que aún transita la vía crucis de la vida) Alberto Rodríguez Tosca y Rafael Alcides, y que no sabemos bien si son personales homenajes o influencias que se funden en su poemario como lo hacen los coros angelicales noche tras noche con el silencio. O tal vez sean para Zapata Pinteño aquellos versos que todo poeta quisiera haber escrito, y que no puede dejar de repetir en el tambor de su memoria como si fuesen suyos. Todos sabemos que un poema no es de su autor, del poeta, sino de quien lo ama y lo hace parte de su equipaje. La lectura nos hace dueños -posesión no por efímera menos trascendente- de los poemas que otro o, en mi caso, un poeta escribiera: son regalos atemporales, como estrellas que iluminan las navegaciones nocturnas de la palabra.

Esta noche llena de rincones
tal vez regresen (las palabras)
como golondrinas despojadas de su oscuro.

Cada poema de Un caracol nocturno del poeta Joaquín Zapata Pinteño es un haz de luz memoriosa en medio de la oscuridad del olvido, un espiral de vida y muerte que comienza en sí mismo y termina en sí mismo, en el instante efímero y eterno del poema:

El tiempo huye dentro de sí mismo
sepulta en la enllamada hondura
gobiernos anarquías
devaneos huesos y memorias
Lentamente
todo pasa muy deprisa.

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