Cerrar la puerta a la verdad


Cerramos la puerta a la verdad porque existen unos intereses creados que, cuando los ocultamos, nos ponen en ventaja con respecto a los demás y con ello nos beneficiamos ampliamente. Decidimos velar una valiosa información para jugar con ventaja; es así como actúa el egoísta, el manipulador, el manejante del cotorro, etc., hasta el punto de impedir el bien común; como refiere este adagio “o sentencia propia para obrar”, en la que textualmente nos dice: “dar un ojo... por ver a otro ciego”.

Pero, qué es exactamente la verdad: La verdad es la correspondencia entre lo que pensamos o sabemos con la realidad; es por lo tanto necesaria para sopesar o enjuiciar las acciones enmarcarlas en nuestro entorno; y no solamente existe esa necesidad de la verdad de modo externo; también existe una necesidad interna, innata en el ser humano, pues a casi nadie le gusta que le mientan. No obstante, cuando aparece un claro interés por ocultar la verdad, surge la mentita; ésta pudiera sobrepasar ciertos límites éticos, o introducirse en terreno privado y crear un conflicto entre personas que tienen ese mismo deseo o derecho (provocando una guerra de intereses: manipulaciones, mentiras...; donde cada parte antepone su interés con verdades a medias).

Es preciso tener conciencia de la verdad, porque la verdad es justa y tiene un gran valor; la verdad es poderosa y se sostiene por sí misma; la justicia pretende clarificarla, de alguna forma; “y suele referirse a tres criterios: a la dignidad humana, al bien común o a la ley”; en cambio, desde el punto de vista sociológico, la mentira surge cuando aparece “la omisión de elementos en la comunicación lleva a una falsa interpretación por parte del destinatario o receptor”. Tarde o temprano el montaje se vendrá abajo, mostrando su propia cara: “el tiempo pone a cada uno en su lugar”.

En cualquier sitio o entidad pública pudiéramos encontrarnos con un montaje o claro interés personal disfrazado de funcionamiento social; no obstante, cuando se abusa de ciertas prestaciones o se utilizan con afán de lucro, de inmediato salta el conflicto a la palestra como escándalo público, por ello se trata de ocultar dicho abuso.

El gran drama está en que, si efectúan esos abusos –y se cierra la puerta a la verdad–, dicha sustracción velada quedaría impune y, por lo tanto, los abusos podrían ser continuos... Aquí aparece la corrupción: se compra se vende voluntades para acallar la verdad, con el fin de repartir unos beneficios que por derecho pertenecen a todos los contribuyentes.

Estas teorías no funcionan como las matemáticas: donde dos por dos son cuatro; tampoco los enfermos reaccionan ante una misma sintomatología de idéntica forma (en el proceso curativo de un determinado cáncer, dado que unos se salvan y otros no), dependiendo de muchos factores; aunque, tiempo al tiempo, pues, el que “siembra vientos recoge tempestades”; no obstante, existen muchos inocentes que no han hecho mal en la vida y han recibido todo tipo de vejaciones...

El mal y la mentira van parejos: el que suele hacer mal, casi siempre, lo oculta, crea su propia versión de los hechos, suaviza los términos para restar importancia e, incluso, justifica sus propias actuaciones y convive diariamente con la mentira. Existen determinadas clases: La mentira diabólica, la mentira bajo presión, la mentira protectora, la mentira por actos externos, la mentira sarcástica; entre ellas las inconscientes o las mentiras blancas o piadosas... No se debe mentir aunque, éstas faltas últimas, sean faltas menos reprobables y no hagan daño a nadie pues, como su nombre indica son mentiras; no olvidemos que “ mentir es un razonamiento falso”.

Sabemos que la mentira está a la orden del día: las apariencias engañan y muchas veces nada es lo que parece: dime de lo que presumes te diré de lo que escaseas... y así nos pasaríamos los renglones enumerando teorías. La verdad nos hace crecer: mentimos o cerramos la puerta de la verdad por miedo, por pequeñez, por orgullo, por ambición etc. Mostramos una falsa entidad o espejismo de nosotros mismos para intimidar al otro, hacerle creer lo contrario.

No confundamos la verdad con la privacidad: todos tenemos derecho a nuestra privacidad (por lo tanto no deberíamos exponernos); lo ideal es preservar nuestra intimidad; no tenemos por qué contestar a aquello que no deseemos decir públicamente, otra cosa muy distinta sería mentir.

No nos engañemos pues, asumamos nuestras propias flaquezas con el fin de cambiarlas; tratemos de conocernos a fondo: muchos de nosotros somos auténticos extraños, estamos como dormidos y aún no hemos descubierto quienes verdaderamente somos; y nos ocurre eso porque todavía tenemos cerrada la puerta a la verdad de nosotros mismos, por muchas razones... (meditemos sobre ello). Algún día nos daremos de bruces con la realidad por haber mantenido la puerta cerrada de nuestro corazón... mientras tanto, si no cambiamos y no nos abrimos a la verdad, seguiremos inmersos en una auténtica mentira.

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