Del relato al cuento


Existen palabras que los políticos, tertulianos y comentaristas varios ponen de moda y las manosean de tal forma, abusan tanto de ellas, que consiguen que el término en cuestión se asocie a algo que no tiene nada que ver con su significado original. Eso está ocurriendo ahora mismo con la palabra relato en relación a la operación de propaganda que está llevando a cabo la banda terrorista ETA con la excusa de su supuesta disolución.

Uno de los referentes periodísticos por excelencia en estos últimos 30 años de democracia, Iñaqui Gabilondo, comentaba hoy que "lo fundamental ahora es lo que digan y piensen los ciudadanos vascos de Euskadi, que no se tienen que desesperar persiguiendo la ilusión imposible de construir un relato único y compartido, ni tampoco tienen que creer a los que le dicen que éste es un cierre en falso".
No, Sr. Gabilondo, lo fundamental no es lo que piensen los ciudadanos vascos de Euskadi -las vascongadas para los presabinianos, de Sabino Arana quiero decir, no de Joaquín Sabina-. En primer lugar, lo importante es lo que piensen todos los españoles por varias razones. Porque lo que sucede en una región española nos concierne a todos nosotros. Porque la ETA asesinó a hombres, mujeres y niños de toda España. Porque la nauseabunda ETA fue una fábrica de terror y pánico durante 40 años que nos afectó y cambió la vida de una u otra manera a todos.

Ellos socializaron el dolor, porque así lo decidieron. Así que, Don Iñaqui, de esto hablamos todos. Todos somos víctimas de ETA sin excepción. Bueno, hay excepciones, la de todos aquellos que les bailaron el agua o se dedicaron a recoger las nueces que caían de los árboles que los etarras movían.

En segundo lugar, no hay tantos relatos como personas existen o por hablar más en su idioma, como sensibilidades existen. No, los hechos son tozudos, claros, terroríficamente constatables. El relato se compone de nombres y apellidos, todos y cada uno de los que ha nombrado, uno por uno, como maravilloso homenaje, esta tarde Don Dieter Brandau en EsRadio. Media hora de lectura de más de 800 nombres. Uno a uno. Cada nombre con su apellido fue una persona, con una vida, una familia, unas ilusiones, un proyecto, una responsabilidad. La lista parecía inacabable.

Recomienda usted, Sr. Gabilondo, que no se desesperen buscando un relato único, que es lo mismo que decir que no se empeñen en encontrar la verdad. Mejor que cada uno se haga su componenda de la historia en la que no termine de sentirse del todo mal. Usted propone que se cambie la verdad por el cuento, que es otra forma de relato. Para calmar conciencias es mucho más cómodo contar batallitas de agravios pretéritos y países imaginarios. No. El relato de la pesadilla etarra es sólo uno. No nos hablen de conflictos. Unos mataban, otros morían. Hablamos de una matanza, no de una guerra.

Sí, hace falta el relato. Es necesario que nuestros hijos conozcan la narración de los hechos vividos por sus padres. Es imprescindible -tanto como imposible- que el nacionalismo se desprenda del falso romanticismo de los gudaris y asuma su responsabilidad. Y esto será un cierre en falso mientras existan Alsasuas, mientras no haya una repulsa auténtica y profunda de la sociedad vasca a todo ese mundo, mientras exista silencio impuesto, mientras haya justificaciones, mientras se distinga entre distintos tipos de víctimas.

Se habrá cerrado la herida cuando se aclaren los más de 300 asesinatos sin resolver, cuando las FCSE sean respetadas, cuando se deje de fomentar el odio a España, cuando se deje de rendir homenajes a los asesinos a su llegada a casa.

Sólo se cerrará, Sr. Gabilondo, cuando se acepte la verdad. Y ahora señor mío, a la verdad, ni está ni se la espera.

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