Pequeños placeres de la vida


El tren tiene la magia encantadora de la cadencia lógica y sincronizada entre el espacio y el tiempo, esa misma que devuelve la serenidad y el disfrute; una aparente y fría estructura de hierro remite a lo infinito que vive dentro de nosotros o nos arropa en un sueño liberador…

Allá a lo lejos, el horizonte se tiñe color lava mientras las grises y tormentosas nubes se apropian de un cielo veraniego que pronto se convertirá en otoñal.

Las vías del tren mueren en un sol que está desperezándose en el horizonte mientras imaginamos cuántas generaciones fueron cautivadas por su influjo y su eternidad.

El ritmo y la cadencia del tren adormecen a algunos mientras otros nos distraemos viendo pasar la silueta de los árboles y las personas; imaginamos interminables historias en los rostros que, fugaces, se cruzan delante nuestro dándonos un respiro de las obligaciones cotidianas; esas que nos hunden en una vorágine de sinsentidos donde escasea el tiempo para perderse en un silenciosos soliloquio.

Alguien duerme, otro trabaja, uno se comunica con el celular y otro piensa… el encanto del tren en movimiento… el encanto de estar en movimiento con un propósito… el encanto de tener un propósito.

Pasa el cafetero con su voz pausada y firme ofreciéndonos todas las variedades imaginables de cafés mientras carga los termos en un bolso que, aunque descolorido, contiene los aromas de un desayuno casero, la calidez de la madre calentando la leche, los recuerdos de infancia; el cafetero encanta a los pasajeros con un producto tan sencillo que despierta los recuerdos, las emociones y los olores de otro tiempo.

Mientras miro las manos de mi vecino de travesía me pregunto ¿cuántas casas habrán construido? Un pequeño bolso desde donde aparecen sus herramientas de trabajo transportará su oficio a vacíos terrenos que cobijarán un hogar, quizás una familia, a un hombre o una mujer con sus mascotas. Y pienso: el cafetero como el albañil, también construyen vida, también construyen sueños...

Entonces pienso también en la Libertad que se respira entre quienes eligen esos oficios en los cuales los contratos se establecen entre las partes interesadas, sin intereses ni burocracias innecesarias que domestican y socavan las voluntad de emprender, sólo dispuestos a ofrecer un producto cuyo requisito excluyente es el saber.

El tren es infinito y eterno; los locales, uniendo pueblos, producción, trabajo, vida; los internacionales, acortando las distancias entre países y culturas, suprimiendo espacios y reduciendo tiempos en un mundo en constante interacción.

Cada línea tiene su impronta, sus códigos, su vestimenta, sus herramientas, su tecnología; cada una es el reflejo de los propósitos de quienes lo abordan: la productividad o el paseo.
Trabajadores de la mente o de la fuerza se encuentran en el tren, esa estructura de hierro sincronizada con el espacio y el tiempo, en la cadencia de una marcha a ritmo firme.

A la misma hora y en el mismo lugar, volveremos a encontrarnos entre los hierros de las vías y las estaciones cumpliendo el ritual diario que nos acercará a nuestro destino.

Algunos volveremos a mirarnos tratando de descubrir el propósito que nos guía; otros entregarán su imaginación al sueño mientras descansa el músculo que, a fuerza de martillazos, forjará su porvenir.

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