Infantilismo adulto, ese mal moderno


Sinceramente creo que el infantilismo en los adultos de este mundo moderno es uno de los grandes males que nos asolan. Es como una enfermedad asintomática que al final, te acaba matando.

Cuando salió el tema del pulpo Paul en el Mundial de Sudáfrica de 2010, el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, dijo algo con lo que estuve muy de acuerdo, la única cosa de hecho: "El pulpo Paul es un símbolo de la decadencia y la podredumbre de Occidente". Yo añadiría que también fue un gran símbolo de infantilismo.

Reconozco que me dejó bastante impactado cuando lo oí porque yo también había pensado exactamente lo mismo. Que Ahmadineyad fuera un lacayo del régimen brutal, medievalista, agresivo, prepotente y acomplejado de los ayatolás de Irán, no le quitaba un ápice de razón. No me gusta caer en la falacia “ad hominem” de la que hablaba en un librito muy interesante llamado “Uso de razón”, el político socialista García Damborenea, que consiste en descalificar cualquier cosa que diga alguien que no nos gusta sin importarnos si tiene razón o no.

En Occidente las costumbres, modos y maneras se han aflojado en estos digamos, 50 años a velocidad de vértigo. Demasiado vértigo. Mucho más que los 50 años anteriores y así vayan cogiendo grupos de 50 años, cuando la cosa no cambiaba tanto. A un ritmo muy exponencial, más rápido de lo que sería deseable.

Mucha culpa del asunto la tiene creo yo, la deriva socioeducativa que llevamos desde hace décadas en Occidente en general y en España en particular. Yo fui, por ejemplo, unos de esos niños que hizo la EGB en los años 70. En aquellos tiempos, los profesores eran viejísimos, muy serios, sin mucha negociación con el alumno y que pegaban ocasionalmente cuando tenían un mal día. Te podían contar algún episodio de la guerra civil sencillamente porque habían participado en ella.

Después llegó el socialismo que barrió aquellos tiempos algo oscuros, pasándose al otro lado oscuro de la Fuerza, porque hay varios lados oscuros. Llegaron los padres-colegas, los profes-colegas, la bajada de exigencia educativa “para que el hijo del obrero llegara a la Universidad”, ese infame lema felipista. Y así llegamos a lo de ahora: a ser fans del pulpo Paul o ponerse a buscar pokemones por la calle.

Aparte del tema de la educación, hay más razones por supuesto. Otra clara que veo es el absoluto triunfo del pensamiento progre que impregna todo. El pensamiento de la nada, de lo fácil, de fundamentos de arena, de relativismo donde todo es según, depende, hoy sí pero mañana igual es no, de la queja continua sin proponer ninguna solución etc etc. El gran filósofo Gustavo Bueno publicó en 2006 el libro “Zapatero y el pensamiento Alicia”, donde ponía a aquel presidente del gobierno como representante máximo de esa idiotez social rampante. Pocos pueden ser mejores ejemplos que José Luis.

En lugar de progresar como sociedad con trabajo y esfuerzo y premiar al que lo hace, nos hemos acomodado hasta límites insospechados y el que intente oponerse a ellos, que se prepare a recibir todo tipo de improperios del tipo carca, antiguo, facha, explotador etc. Pablo Molina, colaborador de Libertad Digital, lo expresaba muy bien en el libro “La dictadura progre, apuntes de un reaccionario”.

En esto llevamos mucho tiempo, demasiado, en esa dictadura que atenaza muchas iniciativas productivas que podrían salir a la luz. Lo que más se oyen son los llamados “proyectos sociales” (algo que me parece bien, por otra parte) pero poquitos que sean productivos al largo plazo y que puedan atraer puestos de trabajos cualificados. He estado en algún taller de esos “para emprendedores” y me sorprendió comprobar que el 80% de los que hablaban, no perdían el tiempo en aclarar que su proyecto era “social”. ¿Miedo a parecer un cacique de plantación de caña de azúcar si el proyecto no era social, quizás?

Creo que la gran estafa político-social que fue el llamado mayo del 68, inició el camino al infantilismo, al pensamiento Alicia o como se dice ahora, el de los unicornios arcoíris. Se intensificó con la caída del muro de Berlín en 1989 cuando la izquierda se quedó el gran referente que fue la URSS y se apuntilló con el auge de las redes sociales donde pululan legiones de ociosos que disparan a cualquier vida inteligente que detecten. Se inventan una neolengua cursi y estupenda y hacen quedar al otro como alguien sin corazón, sin valores, sin ideales, sin nada. Dictadura social, vamos.

No es de extrañar que en una sociedad tan ligeramente culta como la española, donde un 40% confiesa no leer jamás (y casi orgullosos de no hacerlo), haya prendido con tanta fuerza este fenómeno tan peligroso. Una sociedad desarmada culturalmente, con acceso fácil a las redes sociales, a las series de dragones y mazmorras, a los videojuegos de pokemones o de rescatar princesas, es donde germina con velocidad pasmosa el populismo podemita en cualquiera de sus versiones.

Embriagan a la gente con falsas luchas sociales, con quimeras libertarias, con promesas del papá-Estado sin importarles un pimiento cómo se financia tanto “derecho social”, con un culto obsceno a lo público, con satanización al emprendedor o al empresario de éxito como si fueran esclavistas de Alabama y así podríamos seguir.

Yo no veo que toda esta idiotización social vaya a remitir, es más, creo que tiene un largo recorrido, quizás hasta de generaciones o hasta que la cosa explote por algo realmente terrible. Mientras tenemos a políticos en el Congreso pidiendo que los “perros tengan derechos humanos” o a locutores de radio que parecían bastante serios y maduros, hablando en su programa de cómo pasar de nivel en juegos de pokemones con oyentes que confesaban tener 55 años.

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