Por July Borrero
En estos días recuerdo, especialmente, nuestros bailes con Leonard Cohen de fondo, nuestros juegos debajo de las sábanas mientras el despertador se cabreaba aún más, los lugares que ya nunca serán nuestros.
Imposible olvidar tu amor por el té de canela y tu repugnancia por el olor a café recién hecho.
Mi ímpetu, mis ganas de atravesar el mundo de rodillas, si tú me lo hubieras pedido.
Aunque fuese diciembre.
Sonrío al recordar cómo te llené la vieja maleta verde de esos muñequitos, que al moverlos hacen nieve, ese duro mes de julio que te abrasaba el sol. Recuerdo que sólo deseabas que llegase el invierno, y yo decidí acercarte diciembre cargando una maleta de muñequitos que hacen nieve y te puse la bufanda de colores navideños por si el frío quemaba.
Supongo que ahora, si quieres invierno, has de esperar a diciembre.
O quién sabe, a lo mejor, alguien, en algún lugar del mundo, está coleccionando muñequitos que hacen nieve para ti. Para que siempre sea diciembre en tu vida.
Hoy, bajo este frío invernal, estoy en una habitación de hotel para celebrar un aniversario que ya nunca será. Supongo que a ti te dará igual. Más ahora que ya es diciembre. Pero me gusta que sepas que yo también tengo que celebrar. Es mi aniversario.
En la habitación, dos copas, una botella de champan y las típicas notas de cortesía de hoteles felicitando aniversarios. Algo tan ridículo como intentar vencer al frío de diciembre.
En la calle está diciembre. Y en tu ciudad tú, jugando en tu desgastada manta, sin ni siquiera haberte lavado la cara, sin batallar por terminar de despertarte, besando a tu mes. Dejando tu sabor a canela en sus labios.
Por la mañana, me gustaría estar dentro de las cabezas del personal del hotel para saber qué impresión se llevan sobre la celebración de este peculiar aniversario. Supongo que esperarán encontrarse botellas vacías y la cama temblando. Pero no. No será así. Disfruto imaginando su sorpresa.
Supongo que te da igual lo que te estoy contando. Es diciembre. Y yo te imagino leyendo esta carta, con tu café soluble ardiendo, riéndote, porque todo te da igual en diciembre.
Por cierto, el café soluble no es café y diciembre no es más que un mes, por mucho que lo envuelvas en aroma de canela.
Tenemos la costumbre, supongo que es otra absurda costumbre social, de asociar aniversarios a copas, a polvos, a felicidad. Costumbres. Pero yo estoy aquí para demostrar lo contrario. Demostrarme lo contrario. Demostrarte lo contrario. Demostrando a diciembre.
Los aniversarios no son más que fechas. Y las fechas están vacías, duelen y no sienten. Asociamos aniversarios a compañía, pero nos olvidamos que, muchas veces, los años van pasando mientras que hace tiempo que dejamos de caminar acompañados por sus senderos. Supongo que también es costumbre.
Mis teorías sobre la sociedad y las costumbres imagino que se congelarán bajo el rocío de tu diciembre.
Pero yo estoy aquí. En esta fecha de aniversario que ya no será un aniversario en común, pero será mi aniversario. Solo mío. Brindando por mí. Celebrando mi victoria sobre los años. Porque me niego a creer que los aniversarios sean cosa de dos.
Por esto y porque he ganado. Porque os he ganado: a ti, a los años, a diciembre.
Es diciembre y a ti te dan igual mis victorias. Mientras confías en que alguien coleccione muñequitos que hacen nieve para ti. En algún lugar del mundo.
Saldré antes del hotel. De camino al aeropuerto desayunaré en esa cafetería que está invadida por el olor a café más hermoso del planeta. Si, esa cafetería que está justo al lado de la tienda de muñequitos que hacen nieve al moverse. Sorbiendo diciembre en cada trago.
A ver si, esta vez, gano a diciembre. A ver si, esta vez, soy diciembre. A ver si esta vez me quedo a vivir en un lugar con olor a canela.