El mito revolución


La palabra mito ya de por sí, tiene mucho poder. Tú das poder a una cosa sin importancia, eso que dicen ahora los errejones de "empoderar", y el tema se te puede ir de las manos. Los griegos antiguos, más sabios que los actuales, ya vieron claro el asunto. La imaginación de la gente es ilimitada y puede hacer de Ícaro un aviador consumado que tuvo mala suerte o de Pandora la nuera que todos quisiéramos tener. El mito puede ser revolución, sin ir más lejos.

Se me ha ocurrido el tema del mito a cuenta de un documental que se ha proyectado hace unos días en la 56 Edición del Festival de Cine de Gijón, también conocido como FICX. Un festival que empezó dedicado a la infancia y la juventud allá por los años 60, después se abrió al mundo de los adultos con esperanzas de destacar entre los de su género, y se quedó a medio camino. No es muy conocido realmente.

La obra a la que me refiero es "Cantares de una revolución" de Ramón Lluis Bande. En la cinta simplemente se recogen testimonios y opiniones sobre la revuelta obrera dinamitera de 1934 ocurrida en Asturias, así sencillamente... con cámara estática, unos detrás de otros. Nacho Vegas muy conocido por eso llamado "militancia comprometida", puso la parte musical. La salsa sazonadora que faltaba a la creación.

La prensa generalista, la prensa especializada en cine y lógicamente el propio festival, se encargaron de publicitar y defender el contenido del documental. Sin atisbo de crítica alguna ante los hechos, con más de 1.000 muertos en su debe, se siguió con la santificación y hasta con la justificación de la llamada “revolución del 34”. Profesores de universidad siguen definiendo aquel despropósito como "masas de obreros en busca de la democracia y esencias republicanas iniciaron la revuelta en octubre de 1934 que luego fue aplastada sin piedad por el gobierno"... Lo oí la semana pasada sin ir más lejos en un canal temático.

El propio autor Bande nos hace ver que su filme responde a una necesidad histórica, a una cierta revancha por el "olvido institucional" de los hechos. Reivindica, por ejemplo, la figura de un ugetista y socialista destacado en la época: Belarmino Tomás. Tomás fue por supuesto, parte activa en el inicio de la insurrección y ya en la Guerra Civil, llegó a presidir algo tan estrambótico como el "Consejo Soberano de Asturias y León" con capital en Gijón, una especie de república independiente del gobierno huido a Valencia.

Esa astracanada republicana soberana, autoproclamada "gobierno legítimo de la república", solo duró dos meses. Acabó el día anterior a la entrada de los nacionales precisamente en Gijón en octubre de 1937, dando por finalizada la guerra en el norte. Belarmino Tomás, el tal consejo, miles de milicianos y civiles afines a la república, habían salido huyendo atropelladamente en los barcos que pudieron encontrar en el puerto gijonés de El Musel.

Bande ahora y 81 años después, dedica el documental a la figura de Tomás, afirmando que "sorprende que en un país (sic) como Asturias nadie sepa quién fue Belarmino Tomás" y lo remacha con "Belarmino Tomás fue la figura más importante del siglo XX"... Ahí queda eso. A partir de ahí, es todo un alegato para recordar, glorificar, politizar y recuperar memoria. Lo que se lleva ahora.

La realidad histórica es la que es, por mucho que ahora zascandiles como éste nos vengan con mitos. La fuerza dinamitera arrasó con todo lo que pudo, mató a todo lo que pudo y destruyó todo lo que pudo. En su chapucera marcha violenta volaron hasta la Cámara Santa de la catedral de Oviedo. El edificio histórico de la Universidad a escasos 300 metros (como se ve en la imagen superior) quedó en esqueleto. Se perdieron miles de obras de incalculable valor. En medio quedaron más de 1.000 muertos. La razón: no aceptar que entraran 3 ministros, solo 3, de la CEDA derechista que había ganado las elecciones de 1933, en el gobierno de Lerroux. No busquen más.

El tema y vuelvo al principio, es el mito. En una sociedad tan desinformada, infantilizada y dirigida abrumadoramente por la izquierda cada vez más radical, todo lo que sea obrero, pueblo oprimido, tiene derecho a hacer lo que le da la gana, hasta revoluciones. Que nadie sepa en qué acabaría todo o si se instaura un estado bolchevique (que de eso se trataba entonces) es lo de menos. El tema es el mito del pobrecito que se levanta, ese pobre pueblo que luego pierde. Y ahí estamos.

En una sociedad más culta, más civilizada, más liberal políticamente, más adulta en definitiva, todos estos horrores del pasado deberían estar en el desván más apolillado de la Historia, sirviendo de contraejemplo gigante para no repetirlos.

Muy al contrario, seguimos en pleno revival "corregidor" de la Historia, como la cinta de Bande. No solo cuenta con dinero público para su distribución sino que llena teatros de gente entusiasmada.

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