La historia de la humanidad está llena de sangre, sudor y lágrimas, pues en el mundo siempre ha existido todo tipo de luchas: internas, externas, ideológicas, políticas, sociales y, a estas alturas, dudo que vayan a desaparecer, dado que el hombre es agresivo por naturaleza (aunque conozcamos a algunas personas pacíficas); sin embargo, otras tantas generan violencia, e incluso la propagan con tal de conseguir su objetivo; introduzcamos, también, en el amplio saco a aquellas que no tienen tanta capacidad para canalizar unos impulsos que pujan por liberarse y pudieran salirse de madre en un momento determinado.
Si analizamos nuestras emociones básicas, tales como: la alegría, la tristeza, el miedo, la rabia... etc., llegaremos a la conclusión de que se requiere un proceso de aprendizaje para canalizarlas, luego es importante tener claro el modelo de conducta a seguir.
Cuando varias emociones pujan por salir entonces podría ocurrir lo siguiente: “La rabia es una emoción incompatible sincrónicamente con la tristeza; del mismo modo que son, entre sí, el miedo y la alegría; no obstante, la alegría tiene un carácter expansivo; sin embargo, posee un carácter retroactivo tanto la tristeza, como el miedo.” Ocurre que, cuando se concentran fuertes emociones en la mente de la persona, por ejemplo: timidez-tristeza- miedo, podría originarse un cóctel molotov.
No estoy justificando la agresividad humana, estoy reconociendo que “el hombre es un lobo para el hombre” (estructura latina, fija), y es por lo tanto una de sus muchas facetas –al margen de que existan mentes perversas que sienten placer haciendo daño–. No debemos olvidar que “nuestra especie es la más despiadada de cuantas habitan el planeta”. Les aconsejo leer La agresividad humana de Anthony Storr. En uno de sus párrafos dice: “la agresividad del hombre es un instinto cuyos efectos pueden ser controlados y encauzados, pero en ningún caso suprimidos”.
Vivimos en un tiempo convulso, de constantes cambios y en toda regla. En la mayoría de los casos se producen altercados por no saber canalizar correctamente las emociones; por eso se dice que la agresividad es el resultado de diversos factores biológicos, psicológicos y socioculturales.
Como claro ejemplo lo tenemos en muchos hogares: El estrés está a la orden del día. Cuando se prolonga en un tiempo excesivo, este provoca nerviosismo, irritabilidad... e, incluso, agresividad en el ser humano. Debido a ello se generan roces continuos que terminan deteriorando la convivencia; y si, además, añadimos los problemas económicos, desavenencias, etc., pues, entonces, el cóctel molotov estaría servido: pudiera llegar el caso en el que la agresividad subiera de grado hasta convertirse en violencia.
Según Hawking “la violencia y la agresividad podrían haber sido de utilidad para los hombres de las cavernas (...); en la actualidad solamente servirían para destruirnos a todos entre nosotros mismos”.
A estas alturas no parece que exista un claro interés patriótico, ni hermanamiento de país alguno: Está más que demostrado que el hombre una especie de lobo – de forma individual o colectiva– para el hombre; siempre dando dentelladas aquí y allá para imponer voluntades y sacar tajada del asunto: “a río revuelto ganancia de pescadores”. La bestia del odio se ha despertado en nuestro país y ello no traerá nada bueno: Las gentes no aman porque no se respetan.
Con la falta de respeto –el chascarrillo de burla, los motes partidistas, las obscenidades o gestos grotescos– se genera y propaga el odio e incita a la agresión hasta llegar a mayores: El hombre se empecina una y otra vez en imponer voluntades (que, en algunos casos, se contraponen... e incluso son incoherentes).
Desde nuestro presente os insto a analizar el pasado: el día en que el vencedor imponía su ley y escriba su historia: Bien seguro que muchas personas, ante el horror vivido, se dijeron que nunca más volverían a pasar por otra situación parecida. El pasado quedó atrás con sus heridas abiertas, por ambas partes, recordando cada uno a sus muertos y maldiciendo la ideología contraria...
Volvamos la mirada hacia el presente y en él observaremos que estamos volviendo a las andadas... Suponemos que, algún día, llegaran a apaciguarse las distintas pugnas ideológicas. Solo entonces pudiéramos vivir un tiempo en aparente armonía... Hasta que, un buen día, nuestra nieta... (siempre que, antes, no se haya chafado el mundo) pudiera enamorarse de alguien contrario a nuestras ideas; no obstante, imaginemos que esos tiempos pudieran ser de paz, ya que la vida sigue, se desarrolla, “se abre paso", aunque no se olviden las antiguas heridas.
También podría suceder que, en la intimidad del hogar, se siga alimentando la llama del odio (como ha ocurrido en el pasado) y, de nuevo, pase de generación en generación..., hasta puede que un día se vuelva a hablar de desempolvar la memoria histó(é)rica, y con ella la vuelta al preludio del histerismo social.
No nos quepa duda de que, tarde o temprano, el hombre terminará por encontrarse con las diferentes ideologías. Aprendamos a convivir con los vivos o nos seguimos enfrentándonos eternamente por la memoria de los muertos, que no necesitan nada: “El odio sólo engendra odio”. Caminemos en pos y en armonía, pues “el odio disminuye con el amor" para que pueda avanzar la nación entera, con ello el futuro de nuestros hijos.
Se habla mucho de sexo; pero, y ¿del Amor? Qué se dice del amor para fomentarlo (únicamente por Navidad para vendernos el turrón, el langostino...). En la TV a cada momento vemos matar, gritar, e insultarse constantemente. Tenemos lo que hemos sembrado, y aún seguimos viviendo del legado de nuestros ancestros. Bien escrito lo dejó Stephen Hawking: “La agresión y la falta de empatía entre las personas va a conducir al fin de la especie humana”. Amigos míos, hoy más que nunca tengamos las cosas claras. Puesto los puntos sobre las íes, “tengamos la fiesta en paz” bajo el influjo de las fechas, y del mal tiempo que se avecina.