España o el País de Nunca Jamás

Leo del triste lugar que se avergüenza de su historia plagada, dicen, de sangre y opresión.
Leo de cuánto mal hicieron aquellos antepasados y hoy, sus descendientes, van lamiéndose sus heridas clamando gritos de lucha por la libertad de aquellos que se definen como afectados, renegando de su propia realidad como herederos de esos que abominan.
Observo cómo otros, en sitios más apartados, celebran con orgullo la memoria de lo que hoy son como nación. Muestran con satisfacción lo que aprendieron, no festejan lo malo junto a lo bueno de su ayer, tan sólo lo unen en el diario que durante siglos han ido escribiendo. Reconocen que aquello que fue un error y lo que supuso un acierto no es, sino, algo inherente a su condición nacional, que ha conformado su ser y que el tiempo -sabio y paciente- ha colocado en su estantería correspondiente, señalado con precisión para que se vuelva, o no, a utilizar. ¡Eso es una auténtica memoria histórica!
En nuestro doce de octubre hay una España que quiere enterrar de una vez lo que es indivisible en ella, porque los años no pueden volver a recuperarse. Somos un país con un pasado inamovible, como cualquiera, pero maleable a las conveniencias ideológicas. Somos una nación pésima que se acompleja de sus símbolos, de su génesis, de sí misma hoy y anteayer. Disfrazamos las verdades, las prostituimos vendiéndolas según creamos, y es tan ruin el lupanar donde las deshonramos, que ante tanta depravación ya no sabemos reconocer la mentira, ni somos capaces de discernir lo cierto.
Es la fiesta del País de Nunca Jamás. Ese lugar existe y es España.
Mientras unos ejercerán su patriotismo, su orgullo por ser parte de uno de los países que fue envidia de grandes potencias, otros descargaran en gestos y palabras zafias y burlonas todo el peso de la rebelión contra su propia biografía como nación. Así España, una vez más, dará muestras a propios y ajenos de lo poco que le gusta aprender de los hechos, y de su terca negación a verlos como parte de lo que hoy es.
Se seguiran alzando banderas que no son sino enseñas del odio (¿Libertad? Que alguien sea capaz de decirme qué colores representa unidad y cuáles confrontación). Se seguiran confundiendo ser español con ser fascista -qué gusta esta palabra-. Continuarán apoyándose revoluciones ajenas que se sustentan en el rencor hacia nosotros mismos, y aún hablan de conquistadores y conquistados. Reincidirán en reclamarse deudas que debieron enterrarse cuando nos reencontramos como hermanos un seis de diciembre 1978. No se dejará de ser un país de ofendidos por cualquier cosa que suene a Hispanidad.
Bienvenidos al País de Nunca Jamás, donde los pensamientos no crecen y permanecen ajenos, viviendo en cada uno de nosotros según queramos jugar.
Por mi parte, ¡VIVA ESPAÑA!

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