Por Ezequiel Tena
A los nacionalistas habrá que decirles que su aventura ha terminado. Es radicalmente falso que una España debilitada en extremo sea buena o vaya a ser buena para los nacionalistas.
No es la España rota la mayor y más plausible amenaza que se cierne sobre nosotros. La debilidad de España es integral: propia de todas sus partes. Por decirlo de otra forma, no estamos en la deriva hacia una España rota, por más que socialistas y separatistas sigan ese camino; esa amenaza palidece ante la posibilidad de la disolución de la totalidad de España. La debilidad integral de España se deja sentir en casi todas sus regiones y afecta particularmente a los antiespañoles. Reitero que esto no va en primer lugar de una España rota, que a ese proyecto se le adelantará la circunstancia de una España fulminada, disuelta, vaporizada. Borrada. Si en las zonas nacionalistas no se percibe que sus porciones territoriales desaparecerán con la desaparición de España es que se están haciendo las cosas muy mal y que no se ha diagnosticado correctamente la encrucijada histórica. Mientras el colmillo globalista afila su apetito sobre nuestro país, el ensimismamiento (mirarse el ombligo) de los separatistas es parejo a su ignorancia. Tal vez los votantes, a diferencia de los dirigentes nacionalistas, sí perciben lo crítico del momento que vivimos. No hay más que echar una mirada sobre los sondeos electorales para ver que no pocos de los partidos nacionalistas están desmoronándose en las encuestas.
La foto con Sánchez quema y el pacto con el PSOE quema: nacionalistas y e izquierdas que le apoyan y forman con Sánchez el gobierno Frankenstein nos llevan, en la vertiente ombliguista, hacia la España rota; el pacto PP-PSOE en Europa nos lleva, en representación del problema globalista, hacia la España disuelta.