Todo es la cantidad, la cantidad. Que podemos mirar millones de libros en un ordenador. ¿Pero quién lee millones de libros? ¿No será mejor leer de verdad unos pocos con intensidad, con pasión?
Los que alucinan con que se puedan leer millones de libros son los que no leen ninguno. Y millones de libros todos en la misma pantalla, todos con igual aspecto en la misma pantalla. Qué pobreza, qué aburrimiento.
Prefiero tener que cruzar desiertos en camello y pasar mil aventuras para leer un libro que tenerlos así de manera tan masificada y tan aburrida.
Que se pueden hacer miles de fotos con una cámara digital. Y entonces se disparan sin ton ni son miles de fotos vacías, absurdas, intrascendentes.
Antes, cuando eran una treinta o cincuenta en papel, uno seleccionaba, procuraba encontrar algo bello, importante, significativo.
Ahora amontonamos sin cesar superficialidades, nos mareamos entre millones de fotos que apenas vemos. Y que nos aplastan.
Que se pueden mandar millones de mensajes en cada segundo. Y entonces decimos montones de estupideces sin valor ninguno, que acabamos de cagar, que meamos amarillo y no blanco, que el loro pronunció una frase otra vez, que el niño manchó los pañales, que el vecino entró a las cinco y no a las cuatro.
Antes decíamos algo y ahora no decimos nada. Y encima soltamos cosas feroces y brutales, porque no tenemos ni un segundo de pensar antes de mandar un tuit.
Que se pueden ver treinta monumentos en un día. Que se puede atender a treinta grupos de cincuenta personas en un monumento.
Que se pueden servir cincuenta cenas, que se puede atender a diez millones de turistas. Que se pueden hacer miles de reservas de hoteles en una central de reservas. Todo masificado, Y todo anónimo y vacío.
Todo en masa, te convierten en masa y te anulan. No charlan contigo, te mandan Preguntas Frecuentes. No te reservan una habitación de hotel, te redireccionan a plataformas masivas para reservar.
No te miran, te ponen una mirada fabricada en serie. Te dan el mismo bestseller que a millones de personas cada temporada. Y le llaman “cultura de masas” a la incultura de masas.
Todo sin alma y sin personalidad. Todo previsible y masivo.
Como el Word que te ofrece Plantillas cada vez que quieres escribir un texto. Mételas en el culo, gilipollas.
Y todo lo hacen con plantillas predeterminadas. En todo siguen las plantillas, las indicaciones. Y cuando hay que ver un museo o la casa de un escritor hay que seguir el itinerario prefijado, siguiendo a un guía que te suelta cuatro tópicos, en manada.
Y si quieres un solo billete sencillo de metro en Madrid, porque vas solo ese día, tienes de todas formas que comprar una tarjeta y recargarla.
Y si quieres preguntar algo a una empresa te sale una máquina diciendo: opción a,
opción b, opción c. ¿Y si no es ninguna de esas opciones, es la vida imprevisible que no
cabe en opciones? O si le quieres preguntar al gobierno. Es lo mismo. Todo lo hacen en
masa, sin mirar nada, sin mirarte a ti. Tú no eres nada, solo una unidad en una masa sin
fin.