Por C.R. Worth
Sentados en el salón, con la majestuosa vista de Central Park, la doncella nos trajo café y unas pastas. Tras edulcorarlo y remover el brebaje pausadamente mientras observaba el horizonte, miré a los invitados, sonreí y comencé el relato.
En el suroeste de Texas, lo que se conoce como las planicies estaban habitadas desde tiempo inmemorial por los llamados «indios»; era su tierra y los colonos los fueron expulsando de sus territorios. Los indígenas que estaban cerca de Concepción eran los Lipanes. Así se conocía a una de las seis divisiones de los Apaches. Ellos se llamaban a sí mismos «“Lépai-Ndé” la gente gris claro»; aunque también se les conocía como Ypandes. Ellos nunca se rindieron a las autoridades y, por esa razón, no tienen su propia reserva.
En aquellos años, ya eran un grupo muy reducido, puesto que, desde mediados del siglo XIX, los habían enviado a diversas reservas indias. Algunos fueron a las de Brazos, otros a las Mescalero, a México o, incluso, un grupo se estableció cerca de Fort Griffin. Pero nuestros indios estaban establecidos en El Rancho del Mediodía, bajo la protección de mi padrino, el Sr. Flint Westwood. El rancho, del que ya os hablaré más adelante, era uno de los más extensos de Texas y, mientras los indios vivían su vida sin inmiscuirse con «los rostros pálidos», Westwood permitía que vivieran en sus tierras de forma pacífica. Además, mi padrino tenía algo en común con «Potro desbocado», lo que acercaba a los dos hombres.
Los indios eran nómadas por naturaleza y su base de alimentación eran los búfalos al igual que los venados; pero, por esas fechas, los bisontes ya casi habían desaparecido de esa región, puesto que, con la construcción del ferrocarril, se interrumpieron los patrones migratorios de estos animales. Además, durante las Guerras Indias, «los hombres blancos» mataron hasta casi la extinción a esos bóvidos, ya que trataban de subyugarlos eliminando su principal fuente de comida. Pero, en el rancho, seguían cazando venados, se dedicaban a la recolección de frutos y plantaban maíz y calabaza. Mientras no cazaran las vacas de mi padrino, podían permanecer allí.
El poblado de los Lépai-Ndé estaba hecho de tipis y sólo lo habitaban unas cuantas familias. El jefe de la tribu era Potro desbocado, que estaba casado con la bella Góyąń «la que es sabia», una india apache hija del jefe de la tribu de los Chiricahua de Nuevo México. La pareja había tenido seis hijas y un sólo varón: T’áá íiyisí t’óóh, que se traducía como «Gran trueno».
S’iihwéé’ éi, «Flor hermosa», la primogénita de la pareja, se casó con un hombre blanco llamado Dillon, que solía ir a la tribu a vender mercaderías y a comprar productos y piles a los indios. S’iihwéé se fue del poblado para vivir con su marido y tuvo dos hijos con él: Bidayajislnl y Na’ii. Estos niños mestizos se criaron sin sentirse plenamente indios o blancos. Bidayajislnl cambió su nombre por un apodo, «Charles Lipán» (aunque algunos le llamaban chato por su nariz) haciendo honor a su origen materno. Na’ii, en cambio, prefirió usar la traducción de su nombre al inglés: West.
Es quizá por «perder» su hija la razón por la que, años atrás, «Potro desbocado» había recogido una niña de apenas cuatro años que sobrevivió a un ataque a una diligencia en el que sucumbió todo el mundo. Era su hija Kimimela, que solía oscurecer sus cabellos y piel para no parecer distinta a sus hermanas.
El retoño que tomó el puesto de hija mayor tras S’iihwéé’ éi dejar el poblado fue Tsi’na «Princesa» Rayen. Era la que tenía más carácter y estaba prendada del capataz del rancho, Kevin Cornish, al igual que Kimimela; pero su padre no quería perder a otra hija con un hombre blanco.
La menor era Mangá T’ágon «Aguas mansas», pero, en la adolescencia, tuvo un cambio de carácter. Su estado de ánimo mudaba como el viento, pasaba de estar súper eufórica a depresiva, por lo que empezaron a llamarla Da’íi na’íí «Aguas cambiantes». En aquella época, no se sabía que sufría de bipolaridad; sin embargo, la tribu pensaba que estaba tocada por la divinidad. Conforme a sus creencias, los Ndé nacieron en el centro de la tierra, de un lugar subterráneo del Lago azul, en la Sierra de la Sangre de Cristo, entre Colorado y Nuevo México (su lugar de origen) y, según sus credos, emergieron de allí y fueron recibidos por Isdzaa Naadlééhi (la mujer cambiante) y los hijos guerreros de ella. Así que Da’íi na’íí se convirtió en la persona más venerada de la tribu y sus ocurrencias totalmente locas se tomaban como designio divino.
Los Lipán, como todas las tribus amerindias, tenían rituales para muchos estadios de la vida. Los jóvenes tenían que aprender a ser guerreros, a cazar, a pescar, rastrear etc., todo enseñado por sus mayores. Dependiendo de su edad, los mandaban a la montaña y, para la travesía, tenían que llevar un buche de agua en la boca; de esta forma, aprendían a respirar por la nariz y no por la boca, lo que les ayudaba a no deshidratarse en el desierto.
«Gran trueno», junto a otros cuatro chicos entre los trece y quince años, salieron en su empresa de ir a la montaña y volver. Por desgracia, se encontraron con Alce y su banda de forajidos. Borrachos y envalentonados, salieron tras los muchachos, que iban a pie. Alce, como mitad Comanche que era, odiaba a los Apaches. Los vejaron, jugando con ellos como un gato juega con el ratón antes de matarlo y, tras torturar a los pobres muchachos, los asesinaron. Sólo uno sobrevivió, muy mal herido, Niid le’ééh, «Viento del sur». De esa forma, pudo contar a la tribu lo que ocurrió y señalar quién era el culpable de los asesinatos.
Fue un duro golpe para «Potro desbocado» y toda la tribu, que salieron en busca de venganza para acabar con Alce. Pero los bandidos habían abandonado el territorio y no los pudieron encontrar. Sabía que volvería y, entonces, haría justicia. Su «hozho» estaba quebrado y necesitaba ese equilibrio y armonía con el universo que los Lipán anhelaban: estar en sintonía con todas las cosas y actuar en unión con la naturaleza; pero eso no era posible mientras Alce viviera.
Por esa razón, estaban en el Rancho del Mediodía y no se habían ido a una reserva o a México como otros clanes de su tribu. Charles Lipán creció conociendo esta historia, ya que su tío «Gran trueno» no era mucho mayor que él.
Charles, era un caza recompensas y le prometió a su abuelo que un día le daría caza. «Viento del sur» sobrevivió y también sentía que tenía cuentas pendientes con el malhechor.
Volví a servir un poco más de café y les dije:
― ¿Saben que «Viento del sur» me salvó la vida?
― No. ¿Cómo ocurrió?
― Yo solía ir a menudo al rancho a visitar a mis padrinos y a mi «prima» Ana, que era mi mejor amiga. A veces, me escapaba para trotar por la hacienda; me encantaba ir a una zona rocosa en la que había petroglifos indios. Estaba fascinada por esos dibujos milenarios. Un día, una serpiente espantó a mi caballo y me derribó, caí y me hice bastante daño. Mi caballo salió espantado. Cojeando y ensangrentada, traté de salir de allí y me topé con un oso negro y sus crías. Se levantó en sus patas traseras y comenzó a gruñir. Estaba aterrorizada. Comencé a gritar y este muchacho indio apareció de la nada disparando flechas; incluso se abalanzó contra el oso con un cuchillo. Después llegaron dos más y, entre los tres, abatieron al oso. Para ellos fue una gran hazaña, proveerían comida para la tribu y la piel del oso era muy apreciada.
«Viento del sur» fue mi héroe y he de confesar que, por un tiempo, me sentí enamorada de él porque era muy apuesto; pero yo era sólo una niña y él estaba interesado en Kimimela.
― ¿Pertenecía a él alguna de estas armas?
― No. Los indios tenían mosquetes igual a los utilizados en la Guerra Civil y no he podido rastrear esas armas porque, cuando todo acabó, se fueron a México. Pero la pistola Colt de doble acción del calibre 38, conocida popularmente como «Lightning», y el rifle de repetición Winchester, «The Yellow Boy», eran las armas de Charles Lipán.
― Ha mencionado que el Sr. Westwood tenía algo en común con… ¿«Potro desbocado»? ¿Qué tenía en común con él?
― Ambos perdieron un hijo de manos de Alce.