“Nada es eterno”, aunque nazcas creyendo que has existido siempre cuando tienes entre cuatro a seis años de edad y te consideres poco menos que inmortal, rodeado del cariño de padres, abuelos, primos y tíos. Entonces tu vida vuela a favor del viento con la mirada puesta en las nubes y, casi, no nos preocupa la adversidad. Uno nace creyéndose siempreviva, como flor derramada de la tierra, con las ultimas lluvias a la entrada de la primavera.
Cuando frisas entre los seis a los doce años, apenas te detienes a pensar en la muerte, tan solo para explorar lo novedoso que encuentras a tu paso. La vida se muestra en una constante sorpresa, pues los días son largos como años, las estaciones se suceden perezosas y tenemos prisa por hacernos mayores para conocer el amor; otras veces se estiran las jornadas a conciencia, dado que se colman de duros acontecimientos. Las gentes, ante nuestros ojos, son gigantes que, muchas de ellas, se muestran para imponer su criterio y aguarnos la fiesta. Entre los seres negativos que suelen atosigarnos, podrían estar los compañeros que nos hacen rabiar en el colegio o nos persiguen por la calle con sus improperios. No obstante, los amigos de la infancia, están en muchas ocasiones para ayudarnos a escabullirnos de la cruda realidad; son con los que cazamos grillos, viajamos en el tiempo de la ilusión y jugamos al pilla pilla.
¡Ah!, los sentimientos velados de la niñez. Ellos se llevan en lo más hondo del alma; incluso se utilizan como un señuelo a la hora de convocar musas para configurar el horizonte lírico. Ese vuelco a la memoria me reconforta el alma, porque te conduce a parajes inolvidables, donde sueñas y vives momentos mágicos. Son pellizcos de juventud, esenciales para permanecer joven de espíritu, los que te hacen olvidar la angustia existencial en la que, algunas veces, estamos inmersos.
Con el paso de los años, llegado su momento, tocarás tierra. Poco a apoco te vas dando de bruces con la realidad. Luego, esos hombres gigantes, los que veías en tu infancia fuertes e inalcanzables, un día los hallas poco menos que a tu altura. En muchos de los casos irás descubriendo que tienen los pies de barro, ya que, con el transcurrir del tiempo, la vida los ha ido modelando y convirtiéndolos en débiles ancianos. Quizás hayas conocido el día que se marcharon para no volver jamás
“Torres más altas han caído”, dice un refrán. Mas, en la medida que vayamos por el camino, iremos aprendiendo la dinámica existencial, que es la misma que curte y deja cicatrices con profundos arañazos de vida. La que, a veces, nos lastimará sin pretenderlo. Entonces detendremos el paso a lamernos las heridas; otras tantas, nos recostaremos sobre un hombro más fuerte que el nuestro para que nos infunda ánimos.
Con la llegada de la juventud, entre los 20 a 25 años, miramos el presente con escepticismo, ya que, éste, nos parece nuevo y cambiate. Entramos en una etapa hermosa, aunque complicada pues, por regla general, sueles tener una aptitud negativa hacia las personas que te guían, incluso hacia ti mismo. Ser joven, según la filosofía, es “ser capaz de amar sin limitaciones y luchar hasta el fin por nuestros sueños”. Como contrapartida, en esta fase, mantenemos una actitud más lejana hacia la propia familia, porque deseamos ser independientes a toda costa. Nos disgustan las prohibiciones y nos fastidian las responsabilidades impuestas, las que consideramos unas aguafiestas por tenerlas por antiguas u obsoletas; en cambio,con la mocedad, nos encanta hacer las cosas a nuestra manera. En esta época necesitamos más espacio vital para pensar en nuestras ensoñaciones y nuevos proyectos. Como ejemplo os dejo un comentario jocoso, el que mi padre me decía a menudo: «el novio mi hija será aviador, porque ella siempre estaba pensando en las nubes».