Las series demonizan lo diferente

Por Antonio Costa Gómez


No importa que aparezcan diferentes razas, diferentes opciones sexuales, un cálculo escrupuloso de sexos. Si alguien cuestiona el tecnologismo absoluto imperante, la fe ciega en las máquinas, aparece como un demonio peligroso. Si alguien no es digital y prefiere lo analógico las series lo trazan con tintes demoníacos.

En una serie americana se identificaba la contracultura con Charles Manson. No existen Henry Miller o Jack Kerouac, el expresionismo abstracto, la literatura beat y sus descendientes. Ni Allen Ginsberg ni Ferlingheti que vendió millones de ejemplares de libros de poesía. Ni Ken Kessey con “Alguien voló sobre el nido del cuco”.

Nada. Todo es Charles Manson. Los guionistas muestran su ignorancia feroz. ¿O es la Idiotez Artificial ya la que hace las series?

Esto también lo hizo el alabado Tarantino en la película “Érase una vez en Hollywood”. Los hippies se identifican con Charles Manson. Los hippies, que llenaban las ciudades del mundo con su invitación a la paz y el amor, con sus flores y su ingenuidad y su vuelta a la naturaleza. Para Tarantino se identifican con Charles Manson. Para él solo hay dos opciones: o el mundo superficial de Hollywood o el satanismo. Y decían que ese tipo era inteligente. Con sus películas pedantes, artificiosas y cerebrales. Y con su fascismo y exaltación de la violencia. En esa misma película vemos como el personaje de Brad Pittt golpea con placer en la cabeza a una mujer que ya está fuera de juego hace rato.

Hay mucha cursilería y superficialidad en la New Age. Pero en las series a menudo aparecen sus seguidores como fanáticos peligrosos, estafadores, sin escrúpulos. Todo lo que contradiga el tecnologismo oficial y la cultura de las medicinas químicas es malvado. Somos robots que hay que arreglar y si no estás de acuerdo eres un tipo peligroso a perseguir.

En la serie americana “FBI Internacional”, que se desarrolla en Europa, la jefa pone una cara como diciendo: “Qué raros son estos europeos. Nosotros somos los normales y los mejores, pero ellos son chapuceros y maniáticos. Y tienen procedimientos extraños”. La mirada de condescendencia de esta directora es todo un poema.

También en series americanas sobre policías o abogados, donde aparecen fallos judiciales asombrosos, y se ve que el derecho a la defensa depende del dinero que tengas, de todos modos dicen a menudo: “Tenemos el mejor sistema judicial del mundo, tenemos la mejor policía del mundo”. En cualquier caso lo norteamericano es la norma y todo lo demás son rarezas. Igual que cuando clasifican el cine de Hollywood como el normal y al resto del cine como “étnico”.

Pero no hablemos de las clasificaciones. Primero hay personas “blancas” y “de color” (como si las blancas fueran incoloras). Pero Antonio Banderas no es blanco. Los únicos blancos son los descendientes de europeos anglosajones. Y luego tiran estatuas de Colón y reivindican con hipocresía a los indios mientras los mantienen bien metidos en sus reservas.

La palabra Antisistema está llena de cuernos, mete miedo por todas partes. Es peor que el duque de Alba para los niños hace siglos en los Países Bajos. Te llaman antisistema y te salen enseguida forúnculos por todo el cuerpo, la gente ya no quiere ni mirarte. Como si este sistema no tuviera nada cuestionable, igual que todos los sistemas, como si fuera la Verdad Absoluta. Estamos aplastados por verdades absolutas y si no te las crees te lanzan a las Tinieblas Exteriores.

Y así sutilmente se construye la mentalidad de la gente. Se dan por hechas las cosas, se da todo por decidido y fuera de todo debate. Te hablan como si la mentalidad dominante estuviera fuera de toda discusión, y discutirla fuera maldad o locura. Y te mandan a las tinieblas ardientes donde predomina el llanto y el crujir de dientes.

En Hollywood se creen que por poner monstruos buenos y príncipes malvados ya lo arreglan todo. Por hacer que los gordos sean adorables, por incluir tallas grandes en los sujetadores. Los primeros que hicieron feísmo y rebeldía estética, como John Waters y otros, tenían gracia y valentía, eran osados. Pero si eso se convierte en una norma y una obligación se vuelve pura cursilería y todo lo demás es diferente. Y lo diferente es una condena a la muerte y la tortura.

Igual que ocurre en los centros escolares, los diferentes sufren un calvario sin fin. Hasta la muerte muchas veces. Y la sociedad mira siempre hacia otro lado, para decir que todo está bien. Igual que hay que decir en las series que todo está bien, y solo los malvados lo cuestionan. Que todo el sistema está bien. A menudo si no eres del sistema dominante ni siquiera existes, estás en la Nada. Y eso todavía será peor, ya dijo Unamuno que es peor el Infierno que la Nada. Los diferentes estamos hechos con nadillos (no con ladrillos), por eso tenemos angustia.

Las series están hechas para santificar la mentalidad dominante. Y demonizar todo desacuerdo. Para imponer lo políticamente correcto y el imperialismo cultural. Para que nadie sufra con las dudas. Igual que en las utopías de Orwell o Bradbury prohibían leer libros por el bien de la gente, para que no se inquietara con dudas. Las series son el medio de dominación de nuestros poderes actuales. Para que compremos artilugios sin fin y hagamos más ricos a los ricos. Y nos digitalicemos sin fin y así nos puedan controlar sin fin.

Que nadie se esconda en un bosque no digital lleno de abedules. Lo cazarán y lo digitalizarán. Thoreau escribió “Walden o mi vida entre bosques y lagunas”. Y tiempo después apareció un profeta del control absoluto y el poder de los poderes con su “Walden Dos”. Defendiendo el conductismo y diciendo que no tenemos ninguna vida interior, somos puros robots de acciones y reacciones, de causas y efectos. Y por tanto muy bien controlables. Al final a eso conduce el cientificismo mecanicista absoluto, a hacernos a todos más controlables. Si no tenemos alma, nos pueden fabricar y controlar como productos a todos. Y las series son el Walden 2 que nos meten a todos en pastillas, como les metían a los individuos en la novela de Orwell.

Y es grave, porque ese es prácticamente el único nivel cultural de la mayoría de la gente. Si vacían de contenido las escuelas, si eliminan todas las Humanidades y solo ponen cosas técnicas, si quitan la Historia que dice lo que nos pasó, y la Literatura que afila nuestra percepción, y el Arte que aguza nuestra sensibilidad, y lo reducen todo a talleres, nadie puede ser diferente. En un taller todos los productos salen igual. Y todos salimos igual.

El consumismo es lo santo, porque enriquece a los ricos. Y mecanizarlo todo es lo santo porque así los gigantes tecnológicos tienen más riqueza y pode. Y si no aceptas esa santidad eres ridículo o demoníaco. En una carta al director de El País decía uno: “Si no estás de acuerdo con la deshumanización actual y la mecanización de todo, es mejor que te vayas a otro planeta”. De modo que este planeta es solo para ellos, ellos lo han decretado. Y este planeta es para las series y los que fabrican series. A lo mejor son todavía guionistas, pero a lo peor es la Idiotez Artificial la que hace ya guiones.

Pero de todos modos los guionistas humanos funcionan ya según los mecanismos de la Idiotez Artificial. Porque eso es lo que quiere la Mentalidad Dominante, que los humanos funcionen como máquinas. Ya lo decía con enorme lucidez la escritora Elvira Navarro en un artículo: quieren que los humanos sean igual de obedientes y repetitivos que las máquinas, que hagan mucha cantidad y no discutan. Ni tengan derechos. Así la mecanización absoluta lo aplasta todo y nos aplasta a todos.

Y como eso es lo normal y lo indiscutible, ya vendrá una serie que te diga que tú no eres más que un fantasma galáctico, un mendigo del universo que te has vuelto demonio porque pones su Verdad en duda.

Por cierto, escribo desde la Nada. Allí donde no han llegado las clasificaciones estrechas ni las series hechas en serie. Estar en la nada tiene sus ventajas. No existir te hace libre.

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