Revisión en Semana Santa: los vecinos que nos han tocado

Por Mª José Fernández mj


Si Semana Santa es un periodo de recogimiento interior para con Dios y con el prójimo, comprobaremos que no es fácil llevar una vida ejemplar, depende mucho con quien lidies, o tienes al lado, para alcanzar tu meta. Hay un refrán que dice: “Serás bueno si tu vecino te deja”. Frase que sugiere que las personas que nos rodean podrían ejercen cierta influencia en nuestras vidas. Por eso especificamos las clases de vecinos que pudiéramos tener, especialmente los días más señalados del año.

Hay vecinos lejanos y vecinos cercanos. Los más lejanos son los que están conviviendo en nuestro barrio o en nuestro municipio; los cercanos son los que habitan en el mismo sitio que nosotros, sólo que en viviendas diferentes. En este artículo nos centraremos en los cercanos. Muchos de ellos suelen estar en nuestra misma la calle, los que queremos y tratamos como si fueran de la familia, debido a que nos acompañan, escuchan y socorren en momentos puntuales. Pero esto ocurre siempre que te llevas bien. Cuando te llevas mal o te ignoran, pues procuras no coincidir, de esta forma eludes el problema.

Los hay que viven una casa más arriba de la tuya. Luego, si estás deseando salir a la calle, con la excusa de que pasabas por ahí, entras a verlos; de paso les exiges que te den novedades, porque te encanta estar de cháchara un buen rato con tu vecina Maruja, con la que tan bien te llevas. Con la que te llevas mal, la cosa cambia, pues si te has dado cuenta que habéis abierto las puertas al mismo tiempo para salir para arriba, a ti se te ocurre saludar deprisa y decir que vas de recado.

Si tu vecina del alma vive en la parte de abajo, cuando sales inventas cualquier excusa: un encuentro casual. El caso es entablar conversación; sobre todo para que te cuente novedades de la zona, pues llevas mucho tiempo fuera y pierdes el hilo de las historias vecinales. Entre “la Juana” y tú atáis cabos sueltos y componéis historias incompletas.

La mala suerte sería que te llevases mal, pues cuando salieses a la calle y sospecharas que está en su puerta, te escurrirías directamente mirando hacia arriba, con el teléfono en marcha; porque el teléfono es una buena excusa para no entretenerse con nadie ni dar conversación alguna, tan sólo para hacer el leve gesto que vas deprisa.

La cosa variaría para bien y para mal, si el vecino es muy cercano; tan cercano que vive pegadito a los muros de tu casa, pues por suerte o desgracia vive en el piso de abajo, y tú vives en el piso de arriba. De ese modo, si te llevas bien, procuras no dar demasiadas pistas de tu vida; sobre todo cuando hay pleito en casa, ya que no puedes hacerlo a gusto, porque sabrás que mañana “la Eloisa” te preguntará que qué pasaba que no la has dejado dormir la siesta. Y, claro, la tienes que dar explicaciones; por supuesto: tú siempre eres la buena de la película, hasta ahí podrían llegar las bromas, no te vas a echar la culpa. En fin, se lo cuentas para que se quede tranquila, que remedio.

Pero si te llevas más mal que bien —porque últimamente te ha cogido un poco de envidia, ya sabemos que la envidia es muy mala consejera—, ocurre que, algunas veces, a ciertas horas intempestivas se les escapa la puerta de entre las manos y dan un solemne portazo. Entonces nos empezamos a poner de oreja. Así es como empiezan las molestias, unas veces ocasionadas y otras sin querer. El caso es que te empiezan a caer gordos los de abajo, pues las cosas que se hacen, o no, sin querer, se traducen por queriendo, y ya tenemos el lío montado. La dichosa casualidad es que el portazo siempre es en la hora de la siesta.

El tema se complica si tres vecinos viven en el piso de arriba y tu vives en el piso de abajo; por narices te tienes que llevar bien, porque estos vecinos, cada vez que suben y bajan, topan con tu puerta y hasta se dan de frente muchas veces contigo. Quieras o no, si te llevas bien, les tienes que explicar a dónde vas o de dónde vienes; si has comprado algo o te has demorado más de la cuenta. Hay uno que tiene siempre muy poca prisa, pues no trabaja y está de bagar todo el día. De modo que casi te obliga a llevarte con él de maravilla, si no quieres que te cruja. Entonces te paras más de lo que tú sueles hacer habitualmente con nadie y le das cancha larga. De esa forma se va enterando de tu vida y milagros.

Así va pasando el tiempo. Un buen día empiezas a ver marcas de pisadas, colillas, papeles en la puerta de tu casa. Tú no lo das más importancia que la que tiene: barres y friegas, para dejarla impoluta, día sí y día también; no obstante, empiezas a encontrar la misma basura de siempre a los cinco minutos de haberla quitado. Tú sabes que son tus vecinos de arriba —los tres del piso— porque estás cansada de observarlos por la mirilla, mas no los quieres disgustar porque no deseas torcer la amistad. De modo que dictaminas limpiar dos veces al día la puerta de la calle, la que vuelve a estar igual o peor que antes en cuanto has regresado de la compra.

Así comienzan los recelos hacia tus vecinos de arriba, coincidiendo con unos puntuales arrastres de muebles, siempre a la hora del descanso. Entonces te empiezas a preguntar lo que les pudiera ocurrir. Para tenerlos contentos los agasajas con dulces y regalos, diciéndoles que hay que llevarse bien. Ellos sonríen y recogen los detalles, pero la cosa continua igual o peor. Hasta que un buen día dejas de visitar la casa de tus vecinos de arriba; luego, les vas dando menos explicaciones cada vez que te cruzas con ellos, y eso les produce una cierta incomodidad. Entonces comienza el alejamiento por haberse convertido en vecinos molestos. Cuando llevas unos años conviviendo de ese modo, aunque te muestres más lejano/a, sigues estando igual de cerca, pues ellos ya saben tanto de ti como tú sabes de ellos; entre otras cosas, saben a la hora que entras, sales, te duchas, te levantas, te acuestas, etc.

Con el tiempo se va perfilando el carácter de las personas; incluso pudieras tener la mala suerte de que te cojan manía por no poder sobrellevar tu ritmo de vida, además de saber que son personas altamente sensibles y con patologías previas. Llegado el momento, la antipatía es tan palpable que ya no soportan el mínimo ruido que hagas en tu casa. Cuando miras a darte cuenta toda esa relación de relativa cordialidad se ha ido al garete, pues compruebas que es pura fachada, ya que, en el fondo, lo único que hacen tus vecinos es buscarte las cosquillas. Un día llamas a su puerta y le dices que procuren no arrastrar los muebles con tanta insistencia. Ellos dicen que no hacen nada; no obstante, antes de irte para tu casa, le regalas unas tapas gomas para que las peguen en las patas de las sillas para aminorar los roces. A partir de entonces, si antes arrastraban x veces, ahora lo hacen el doble.

Pudiera ocurrir que, desde primera hora, te lleves mal con ciertos vecinos del piso de arriba, Entonces, enseguida, pones pared por medio y marcas la distancia desde el principio. Estas relaciones están predestinadas a ser largas y tensas. Aunque pudiera pasar que, con el tiempo, debido a algún acontecimiento familiar o social, esas personas que han estado media vida sin hablarse contigo, de la noche a la mañana, por cualquier circunstancia rompan el hielo y comiencen un acercamiento, pues en el fondo pocos desean llevarse mal. Entonces es cuando comienza a verse la vida de otro color y hasta parece que te sonríe, pues, ahora, todo son bondades. Esos nuevos días, en especial los de Semana Santa, uno/a se siente de mejor humor, ya que los vecinos, en cierto modo, estaban ejerciendo una mala influencia en nuestra vidas. Luego, ¿podría ser cierto el refrán que dice: serás bueno si tu vecino te deja?

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