Llegué a un pueblo de Salamanca durante el atardecer del día de Navidad cuando el crepúsculo vespertino anunciaba la llegada de la luna. Había luces y adornos en las calles, y gente en la plaza con panderetas cantando villancicos al rededor del árbol navideño. La casa alquilada para tal fin se encontraba al final del camino principal. Entré, cogí las cerillas de madera y encendí el candil. Al encenderse no pude evitar recordar las navidades de hace sólo un par de años:
"La mesa preparada y dispuesta, con su mantel dorado, las bandejas de polvorones y turrón. Papá con su zambomba, mis hermanas a su lado cantando villancicos navideños y mamá en la cocina preparando la comida de Navidad".
(...El camino que lleva a Belén, baja hasta el valle que la nieve cubrió. Los pastorcillos quieren ver a su Rey...)
No imaginé que sería tan duro. ¡Maldito virus! La casa rural parecía situada en otra época. Iluminada con lámparas de aceite, muebles viejos y paredes enmohecidas se veía tan lúgubre que sentí un escalofrío. La alfombra que descansaba bajo la mesa estaba raída y sus hilos desgastados por el uso. El salón daba la sensación de estar olvidado por el paso del temido tiempo. Fue lo más económico que encontré y se notaba solo con echar una ojeada en el interior. Sonó el timbre de la puerta ¿Quién podía ser? Un anciano muy delgado, con un enorme bigote, nariz aguileña y sombrero de copa daba el pregón del día.
— Está totalmente prohibido salir al exterior sin la protección adecuada; guantes, mascarilla y jersey con los adornos típicos de estas fiestas…
—¡Guantes! — repliqué, cortando sus palabras.
—Guantes — repitió — Sí necesita algo del comercio, llame a este número y se lo traerán. Buenas noches y feliz Navidad.
Se fue sin decir ni una palabra más. Su traje rojo de botones plateados parecía chirriar en el lugar. Se oyó el reloj situado en la plaza del pueblo sobre lo que deduje por las banderas que era el edificio del ayuntamiento. Señalaba las diez de la noche.
(... Le traen regalos en su viejo zurrón, ropopom pom ropopom pom…)
Los recuerdos de nuevo invadían mi mente. Todo era demasiado extraño incluso errático. La sombra de la soledad afloraba en mi corazón. Aquella noche la luna parecía una esponja a punto de ser estrujada.
Y, ¡ya!, puestos, descubrí ese instante en el que sientes con amargura que es el día de Navidad y estás sola alejada de la familia por culpa del molesto virus que me ha obligado a tener que trabajar en unas fechas tan señaladas. El anterior doctor, falleció a causa de la epidemia. Encendí la chimenea y me preparé para cenar; pollo frío, ensalada tártara y un buen vino tinto fue todo mi festín. Ni siquiera llevé una tableta de turrón, sin embargo, no me faltó una bolsa de mascarillas para que no me faltasen por si me apetecía salir al amanecer a dar un paseo, aunque con el invierno tan frío tenía mis dudas. Sonó el móvil. Una llamada conjunta del grupo de familia. Sentí una punzada en el corazón. Mamá y papá con su perrita Lulú cenaban también en soledad y mis hermanas con sus cónyuges. Nos dimos un montón de besos y abrazos virtuales.
¡Cómo los añoraba! Era mi primera Navidad en soledad y deseé que fuese la última. Al sentarme junto a la chimenea un inquieto deseo se apoderó de mí. Cogí mi pluma y un papel y escribí una carta a los Reyes Magos.
"Queridos Reyes Magos, la navidad está construida sobre un extraño objeto; Papá Noel. Todo intenciones. Mientras que el hogar de los pobres se debe colorear año tras año, y lo cierto es que solo necesitan poco más que un hogar caliente, ropa y alimento. Cuando mires desde tu trineo recuerda la carta de aquellos niños que ni siquiera tuvieron papel para escribirla. No obstante, dicho sea de paso, si pudieras conversar con los reyes magos, quizás podríais hacer algo para que dejen en cada hogar una carta como regalo de Navidad para concienciar a las personas de la importante que es protegerse, pero más importante aún es una Navidad en familia.
¡Oye, espero que leáis mi carta vale! Estas son las navidades más deprimentes que he pasado.
P. D. No tengas en cuenta mi sarcasmo es que la congoja me abruma, pero sobre todo no olvides pasarla en familia."
No sabría explicar el porqué de ese impulso, sin embargo, logró que mi corazón palpitara como cuando era una niña y que la serenidad invadiera mi mente.
Fui a dormir. Demasiadas emociones. Me despertó un extraño tintineo. En cuclillas y asustada fui a mirar. ¡No podía creer lo que veía! Un par de duendes iban de un lado a otro del salón con adornos navideños. La madera del suelo crujió bajo mis pies. Los duendes alarmados desaparecieron con rapidez. Durante unos segundos no supe cómo reaccionar; entré por fin en el salón. De dónde habrán salido —me pregunté— debo estar soñando. En ese instante un hada apareció ante mí.
— Espero que te guste la Navidad, o me sentiría defraudada y eso no te conviene.
Enmudecí. ¡Era una amenaza!
— Chusss… no digas nada, te observamos.
Movió su varita mágica en un círculo y desapareció. Mi corazón latía acelerado.
—¡Ha sido un sueño! —me dije— suspiré con fuerza. Me apoyé sobre la almohada y sin darme cuenta volví a quedarme dormida.
Al amanecer, el canto de un gallo me despertó. Me levanté y al encender la chimenea no podía creerlo. El salón estaba adornado con cintas de colores, campanas y bolas que colgaban de ellas. Y al pie de la chimenea había dos regalos.
Abrí el primero; era una casita de muñecas. Siempre deseé una casita de madera, pero su precio no estuvo nunca al alcance de mis padres. Cuando abrí el segundo fue sin duda el mejor momento del día. Había una muñeca Barriguita y una nota con una sola frase:
"Los sueños también se cumplen, Feliz Navidad. Papá Noel"
Entonces entendí que la que la navidad es mágica.