Por Ezequiel Tena
Frecuentemente muchas personas responden entusiastas y de manera acorde al relato oficial sobre las cuestiones candentes (aquellas que no lo hacen siempre en mi equipo). Parece que en ellas la felicidad está ligada a la felicidad del estado. Subsiste en ellas la confianza ciega en que los gobernantes buscan el bien común. Las ves alegre y felazmente (sí, felazmente) asintiendo ("¿a que soy muy buen ciudadano, papi?") a las medidas que las esclavizan.
¿Qué pienso de estas personas?
- Que se convierten gozosas en los capataces de sus amos (de los autoproclamados putos amos) tras recibir su primera caricia en el lomo.
- Que su deber ciudadano se ve colmado cuando su celo en la defensa de los intereses del amo supera al del mismísimo amo (son más amistas que el amo).
- Que de ellas no puede esperarse la defensa de cosas venerables: ni de la libertad ni de la democracia; ni una idea de lo sacro.
- Que con ellas no es posible una revolución; menos aún una revuelta.
- Que ellas (¡Y encima lo aseguran!) se adaptarán a lo que les traiga el tiempo, a lo que les traigan los tiempos.
- Que codo a codo con ellas no es deseable una revolución.
- Que de entre todo lo decepcionante que existe, no existe nada tan decepcionante como el hombre convertido en mayordomo.
- Que al fin y al cabo hay algo cierto en ellos: están espiritualmente dotados para la esclavitud que viene.