— Quieres hacer el favor Daniel, ya eres mayorcito para tener miedo a los muertos.
— No puedo entrar en el cementerio María, me supera y lo sabes.
— Hoy han colocado la lápida en la tumba de papá, con las flores favoritas de mamá; violetas.
Cerré los ojos: la lápida, las flores, la tumba, mamá, me sobrecogí. No, no podía recorrer ese camino de soledad y muerte.
— Tendrás que entrar sola.
— Qué ruin eres, ¡Ojalá te parta un rayo! Mamá no se lo merece, recuerda que ella sufrió más que nosotros.
Silencio…
Agaché la cabeza y opté por marcharme de allí y no pensar en las sombras que vigilan el recinto. Sentí un frío que me traspasó. El balbuceo de una difusa voz en mi espalda me estremeció. Hice un giro de 180° y quedé petrificado. Mi padre, aparecía ante mí entre una extraña neblina, señalando hacia un cielo que se cubría de nubes grises. Sonó un gran estruendo, como si el aire se quebrara en dos; varios rayos cayeron muy cerca del lugar donde me encontraba, di un sobresalto y eché a correr hacía el cementerio gritando:
¡Madre, madre, perdóname!
Al llegar junto a su tumba comprendí lo que debía hacer; escribir una carta a mi padre diciéndole todo cuánto debí decirle en vida.
"Hola padre. Hoy he sentido que no fuiste tú quien me falló, sino yo mismo quien no estuvo a la altura de lo que tú esperabas de mí. Por ello te escribo estas líneas para desahogar mi corazón. No voy a echarte en cara las noches en que llegaste a casa ya entrada la madrugada; ebrio y maldiciendo tu propio hogar. Noches en las que mamá amanecía durmiendo en el sofá. Nunca te pregunté el motivo pues estoy convencido de que su realidad era huir de tu borrachera. ¡Pobre mamá!
Cómo aguantó tus palabras sin quejarse, aunque sus prominentes ojeras hablaban por ella. Sí, lo sé, he sido cobarde. Debí haberte plantado cara y terminar con tanto sufrimiento, no obstante, decidí marchar para no ver. La manera más fácil.
Sé que tanto mamá como Carla han sufrido mucho. No me excuso por ser poco hombre. Ojalá la vida se hubiera ensañado contigo y no con mamá. Su cáncer fue terrible y despiadado. En su entierro fue la única vez que te derrumbaste llorando. Aunque no sé si por amor, o, porque se iba tu criada; ¿Quién podría saberlo más que tú?
De todas formas algo bueno hiciste, dos hijos que supieron poner distancia. La única que siempre sufrió en silencio fue mamá. Por suerte no lograste hacer ningún clon de ti mismo y tanto mi hermana como yo nos parecemos a mamá. Pero después de todo tuvimos suerte, tras su muerte, una noche le hablé a la parca directamente a los ojos y le pedí que te llevase con ella; que arrancará el dolor que tenía clavado en mi pecho y me abrasaba como si fueran ascuas. Le supliqué; tú o yo, a si de simple. Y ella decidió que mejor tú; un ser irascible y huraño al que nadie iba a echar de menos.
Y qué bien me sentí cuando Juana, tu vecina llamó para avisar de que habías muerto. Mi alma entonces descanso en paz. Me sentí liberado. Por eso me negué a enterrarte en la misma tumba que mamá, no, ella no se lo merecería. Estarás solo sufriendo en el infierno, porque estoy seguro de que allí estás. Hoy no te escribo solamente a ti, sino también a la parca para darle las gracias por escucharme. Pero también para decirte que a pesar del mal padre que fuiste, Carla se encarga de poner las flores favoritas de mamá en las dos tumbas. No te lo mereces, aunque ella es tan tonta que está convencida que de, no hacerlo, el cielo la castigará. Si, si, ya sé que hoy he llegado a creerlo, pero tras mucho pensar entendí que lo único bueno que has hecho en la vida ha sido avisarme que mamá estaba sufriendo en un limbo que no merecía; fíjate que extraña llega a ser la vida y aquí estoy escribiendo esta carta para después quemarla ante tu tumba y mi único sentimiento es qué espero que estés pudriéndote en el infierno. Hasta nunca papá"
He ido al cementerio y ante su tumba he quemado la carta. Después escupí sobre las cenizas y suspiré aliviado. Todo mi dolor había sanado.