Un cambio social comenzaría a manifestarse en los últimos años del siglo XX y principios del siglo XXI en los cuales se dilucidó la obra; en ellos recogería la atmósfera que se estaba gestando en la sociedad (concretamente en la cuidad de Badajoz). La forma de lograrlo fue mediante escuchas colectivas y casos aislados; tomas de notas puntuales de vivas impresiones líricas, impregnada de hondo desasosiego.
Las líneas de arriba pertenecen a mi último libro publicado, el que ha tardado en imprenta diez me meses en concluir. En cuanto tuve el trabajo en mis manos, empecé a darme cuenta de la importancia social que ha ido cobrando, pues siempre que he iniciado un proyecto, en principio, he ignorando el alcance que pudiera albergar las palabras, ya que suelo comenzar con la recogida de notas puntuales, experiencia personal, sentimientos propios o ajenos, llevado a practica con diferentes poéticas.
La mayoría de los poemas fueron publicados en su día para el SEMANARIO VEGAS ALTAS Y LA SERENA, para la antología anual de EL VUELO DE LA PALABRA y, también, para la revista digital LETRA LIBRE. Algunos han sido dulcificados y otros quedaron en el tintero; mas es el tiempo el que se ha encargado de dilucidar e ir dando cuerpo a cualquier proyecto que tuviese entre manos. De ese modo ha aparecido mi último trabajo terminado, bajo título: Poemas de un vivo desasosiego (número 15 de mis libros).
Reconozco que es un poemario atrevido, difícil y complicado, por lo descarnado de sus distintas voces; las que en nada se asemejan a lo que habitualmente tengo a mis lectores acostumbrados. De ese modo han vuelto a mis manos unos poemas que he suavizado para no aspaventar al lector, pues hasta me he planteé en su día si debía o no hacerlo público (me refiero en concreto a los del segundo bloque: “Poemas de un vivo desasosiego”), ya que poseen voces de sus auténticos protagonistas, la gente de la calle. No obstante, el poeta o el escritor, es un ser comprometido con su tiempo, opinión que comparto con Cecilia Roth, Premio Cervantes 2022.
La poética tiene su universo propio; junto con lo que ya sabemos y lo que siempre nos resta por conocer. Podemos tener opiniones partidistas, pensar sobre una postura social concreta, poseer un gusto determinado...; no obstante, es la gente de la calle la que habla por experiencia propia; yo sólo he ido reconstruyendo sus insatisfacciones e impregnando al poemario con una teatralidad lírica que, de una forma u otra, nos golpea la sociedad.
El poemario se inició, como he referido al principio, a finales del siglo pasado. Los poemas “Crisis y desesperanza” fueron los primeros; después vinieron “Poemas de un vivo desasosiego”; por último “Dédalos del miedo” en 2020. Una vez estuvo el libro en mis manos, —coincidió con el inicio de la guerra de Ucrania— me dí cuenta de que lo primero que escribí había cobrado máxima actualidad. En cuanto el último bloque, sobre el tema de la pandemia, por esas fechas pasó lo contrario: había restado preponderancia con el fin de las mascarillas en el interior en gran parte de los establecimientos.
Dicho razonamiento, entre otros, me ha llevado a pensar que el poemario es un tanto premonitorio, por estar más vigente que nunca, ya que se pueden leer los poemas del pasado como un vivo reflejo de la realidad actual (unas observaciones poéticas de más de veinte años atrás).
Más tarde, al tener la edición en mis manos, me he dado cuenta de que el poemario era necesario para entender lo que está sucediendo en una sociedad como la nuestra, carente de valores; la que se está desmoronando y va cobrando distintas formas.
Desde mi atalaya quiero agradecer públicamente a Manuel Pecellín Lancharro (bibliógrafo, profesor y ensayista español) por su crítica literaria sobre mi trabajo Poemas de un vivo desasosiego; la que recojo a continuación y me fue enviada por correo electrónico (martes 19 abril 2022), colgada en su blog LIBRE CON LIBROS.
«Poemas de un vivo desasosiego,el poemario último de María José Fernández (Navalvillar de Pela, 1961) nos hace evocar el famoso Libro del desassossego, un largo medio millar de apuntes plurales (en prosa) que Pessoa fue agavillando desde 1913 hasta su muerte (1935). Compuestos como la autobiografía de Bernardo Soares (“semiheterónimo porque no siendo su personalidad la mía, es no diferente de la mía, sino una mutilación de ella. Soy yo, menos el raciocinio y la afectividad”, según explicase el portugués), testimonian el malestar que siente ante la pérdida de los valores tradicionales, la sustitución del culto a Dios por el de la Humanidad. Pues, siendo ésta “una mera idea biológica, y no significando más que la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal”. Ya fray Luis de León, con tantas tribulaciones a cuesta, había implorado en la horaciana oda “Al apartamiento:
Sierra que vas al cielo / altísima, y que gozas del sosiego / que no conoce el suelo, / adonde el vulgo ciego /ama el morir, ardiendo en vivo fuego: / recíbeme en tu cumbre, / recíbeme, que huyo perseguido / la errada muchedumbre, / el trabajar perdido, / la falsa paz, el mal no merecido.
Es el espíritu que anima las tres partes de este poemario (en realidad, muy bien entroncadas): “Preludio y desesperanza”, “Poemas de un vivo desasosiego”, que da el título, y “Dédalos del miedo”. La autora, conocida por su tendencia al intimismo y la reflexión, decide abrirse al palpitar de la calle, el latir de talleres y mercados, las tertulias cotidianas, para recoger lo que allí más se respira: la inseguridad, el desconcierto, la crisis generalizada, que el coronavirus cebó. En la parte tercera y última, se percibe un giro hacia el mundo interior propio, sin que se dejen de escuchar los latidos ajenos.
Abundan en esta obra, acordes con sus contenidos, las expresiones populares, frases tópicas, dichos y refranes, e incluso términos de las diferentes jergas, a veces traídas en habla dialectal. Según su costumbre, la escritora gusta de los juegos de palabras, los retruécanos, las anáforas y los recursos gráficos, caligramas incluidos.
Sus poemas son de amplio aliento, con versos libres de arte mayor, en los que resulta fácil localizar espléndidas metáforas e imágenes de toques surrealistas. Un humor fino, a veces vuelto contra ella misma, endulza la voz profética, tan personal, nunca desgarrada ni sujeta a lemas o consignas.
El libro lleva un extenso preámbulo del extremeño Ricardo Hernández Megías, escritor y bibliófilo, presidente de Beturia.»
María José Fernández Sánchez, Poemas de un vivo desasosiego.Badajoz, Editamás, 2022.