En actualidad hemos tenido o seguimos teniendo acceso a un estado de bienestar relativo, aunque siempre nos haya faltado algo para completarlo; mas cuando parecía que alcanzábamos la conexión global mediante la tecnología —primeros años del siglo XXI—, ha sido cuando la sociedad ha comenzado a desear una libertad de movimiento en búsqueda de nuevas fronteras morales, entonces ésta empieza a desequilibrase, la misma que hoy anhela la paz.
Por supuesto que en una sociedad es necesario superarse; abandonar ideas (social, política y económica) que se hayan quedado obsoletas. En este caso concreto la hemos dejado sin estructura ética, ni moral y por ello se ha ido desmembrando. De aquí nace el fiero desencanto social que vinimos padeciendo. La crisis que sufre el hombre actual es una falta de valores. Al suprimir normas no se han puesto otras en su lugar, o han sido inadecuadas para que esta sociedad libre, con la que tanto hemos soñado, se haya ido convirtiendo en un caos.
Cuando los cimientos de un edificio están podridos o mal construidos, tarde o temprano se precipita con todo su artificio aplastado a quienes estén debajo si no se reparan. En este caso concreto nos referimos a los moradores de una sociedad como la nuestra, la que cada día se percibe más insostenible. Los dirigentes de las grandes naciones, que lo saben, imponen su voluntad y abanderan el poder: necesitan la sostenibilidad y el control de la riqueza del planeta; por ello luchan los pueblos por la hegemonía mundial... Llegado el momento emplean las armas.
En cada guerra existe un componente económico, ideológico, religioso, etc., Las guerras son catastróficas, pues cada contienda es pura lucha de poder. El ser humano no escarmienta, para él es más importante el afán de dominio que el riesgo de muerte y la destrucción de su mundo. Ya lo estamos viendo en la guerra de Rusia contra Ucrania. En una contienda existen como mínimo dos bloques o bandos que se disputan la hegemonía. Porque sabemos que Rusia pretende el poder a toda costa, con sus obtusas intenciones, no vamos a entrar en detalle.
La guerra es abominable, pues en ella mueren seres queridos. Un mundo inhumano donde las personas que no se conocen se matan por el hecho de defender a su país. Cada bando tiene su familia. Todos protegemos y ayudamos a los nuestros (por norma general: hay quienes ayudan a los enemigos por diversas causas o intereses). Cada soldado necesita el apoyo de los suyos; cada madre, hermana o esposa espera que no le ocurra nada a su ser querido... no obstante, nuestros ancestros murieron en la batalla derramando su sangre por su país, por sus ideales... Todo danza alrededor del dominio a cualquier precio, ya que lo importante para el dominador es adquirir la supremacía.
En una guerra hay vencedores y vencidos. Los vencedores someten a toda clase de suerte a los vencidos. Los vencedores se imponen (ya sean rojos, amarillos o azules): violan, asesinan, destruyen, para mantener su ley. Luego viene la letra pequeña: los vencidos despreciaran a los vencedores; y, cuando levantan cabeza los vencidos, si éstos no perdonan, ya tenemos de nuevo la contienda. Las guerras nunca cesan, entre otras cosas porque, dijimos, es un gran negocio.
Para que a un país no le coja desprevenido ha de estar entrenado y dispuesto: “Si quieres la paz, prepárate para la guerra”, frase del romano Flavio Vegecio Renato (383-450). De esa forma se mantienen los ejércitos profesionales como medida de defensa. Está comprobado que cada x tiempo, el hombre, en cualquier lugar de nuestro planeta vuelve a la carga; incluso se involucran muchos países en la contienda.
De ese modo llegamos al siglo XXI, donde la mujer está alcanzando su preponderancia en la sociedad. Hago este comentario debido al empoderamiento de la mujer y con referencia a la guerra de Ucrania, pues comprobamos que solamente los hombres luchan en el frente, mientras las mujeres, niños y ancianos son deportados a otros países. Me cuestiono dónde están las feministas que proclaman la igualdad de derechos. Habrá alguna que desearía alistarse para servir a su país; de momento no creo que haya surgido la idea de ¿reclamar el mismo derecho? que tienen los hombres. Yo lo denominaría obligación.
Hay mujeres que se negarían a manejar las armas (igual que muchos hombres, los que se declaran objetores de conciencia); no obstante, a ninguno de nuestros jóvenes varones se les va a perdonar que no fuesen al frente para defender a su país. Lo estamos viendo: “Rusia y Ucrania persiguen a los objetores de conciencia que se niegan a ir a la guerra”(Danilo Albin).
Cuando un país acaba una guerra ha aprendido una gran lección que de momento no olvidará; mas en la medida que el hombre comienza a prosperar y a reconstruir una nueva sociedad, éste se irá olvidando de la sangre que fue derramada. Luego la historia se repite hasta la extenuación. El hombre se levantará y volverá a caer: preso del odio, colmado de ambición o por afán de dominio; también para defenderse o ayudar a los más débiles, entre otras tantas razones.
Los que han estado en una guerra llevan sus imágenes grabadas en el alma; se dice que no vuelven a ser las mismas: “una cosa es vivirlo y otra es contarlo.”
ARRABALES: Vengo de los eriales, de la podredumbre, del asco; / de visitar el espanto de la guerra y el hedor que rige la pena. / Vengo del dolor físico del fuego, del náufrago, / del horror ante la necedad, / de la viva quemadura que levanta ampollas.
Ante la injusticia he aprendido / que el menosprecio es materia de vil huida, / de abandono ante la cobardía, / fingir por encima del espanto la causa de la pena; / la ruindad del ser humano varado, hecho ripia, / acto para la pira crematoria del orgulloso, / del insensible, del pretencioso, ruin o bajo.
Vengo de los arrabales. Entre aquel tumulto /descubrí la soledad inmensa, el despoblado abandono, / la lujuria de los acosadores, /la sentencia perversa del insensato, / incapaz de proclamar la bondad /que renueva al hombre.
La guerra no solamente está en lugares alejados, surge entre nosotros. En la calle se habla de la mala racha que venimos atravesando: violencia social, crisis económica, política y religiosa; la pandemia; el volcán de La Palma; la subida de la luz, de los carburantes e impuestos. Le sigue la guerra, la sequía, la huelga de camiones, subida de alimentación, etc. Carlos Lamas lo denomina “las 14 plagas de Sánchez”; a mí me recuerda a las plagas de un tiempo apocalíptico.
La Semana Santa es tiempo para la reflexión; en ella comprobamos como el mundo da tumbos bélicos a diestro y siniestro. Momento para pensar cómo nos afecta las acciones de los demás. También cómo afectarían las nuestras. Seamos más tolerantes, justos y solidarios con los que tenemos al lado; empecemos por revindicar la paz.