Caminaba con dificultad a causa del fuerte viento. La soledad me acompañaba desagarrándome el alma en un arrebato de frustración. El viento amainaba, no así mi dolor, que se clavaba con fuerza en mi pecho, como una daga de hielo que rasgaba mi interior. Tenía la profunda sensación de que un ángel guardián fue quién perdió la flecha que iluminaba el mundo.
¿Por qué parecía que solo yo había sobrevivido a la destrucción? Los días eran abrasadores, las noches terriblemente frías; y la soledad seguía siendo mi única compañía. Recorrí infinidad de calles y cada nuevo día el mismo panorama; nadie más que yo parecía haber sobrevivido al cataclismo. Aquella mañana mis pensamientos me mortificaban más de lo habitual.
Continué caminando con la esperanza de que mi existencia no fuera tan solitaria, de encontrar a alguien con el que compartir la desdicha y que mis recursos para subsistir no se agotaran. Era mi noveno día sin ver a una sola persona, cuando oí una voz que gritaba. Intenté localizarla, pero no lo logré y me desplomé agotada. Al despertar un joven yacía junto a mí; muerto. En su mano aparecía un papel que decía:
"Por favor, ayuda a mi familia que están ocultos en su granja" y una dirección.
Mi corazón dio un vuelco al leerlo. ¡Había más gente viva! Pobre muchacho, murió por agotamiento (o al menos es lo que yo creía). Tardé varias horas en llegar a la granja. Allí, en un sótano bajo la vivienda, estaba su madre y dos niñas gemelas de solo doce años. El marido no sobrevivió a la devastadora destrucción del cataclismo. Le expliqué como supe de su existencia y los días que llevaba deambulando bajo los rayos del abrasador sol. La mujer lloró la pérdida de su hijo mayor; sentí tristeza.
Hoy, un mes después, transitamos por un inmenso desierto de desolación, las horas de más calor, montamos con lonas casetas donde cobijarnos de los rayos del sol y las tormentas de arena; para caminar durante las frías noches desérticas. Según mis cálculos en un par días deberíamos llegar a la ciudad, sin embargo, no puedo evitar sentir miedo, al pensar en qué nos podamos encontrar; si más supervivientes, o, asaltadores en busca de alimento a los que no les importa nada matar para lograrlo, tengo la responsabilidad de que quienes me acompañan tenga esperanza y sufro en silencio en la inquietud de este inmenso desierto. Somos, nueve personas, que durante nuestro recorrido encontramos y decidimos unirnos. Rodeados por la oscura incertidumbre caminamos sin destino fijo buscando un lugar donde la humanidad pueda subsistir.
No obstante, miro la arena seca, árida, las dunas que se forman y en mis horas yermas de abrumadora soledad, sigo con la firmeza de que aún hay seres humanos que puedan unirse a nosotros con la confianza de que todavía podemos crear un nuevo mundo.