La tumba de Hernán Cortés

Para Iván Vélez


Dónde está la tumba de Cortés.

En el ojo de tigre de una gitana
con la cual aprendí a cabalgar
entre las sierras y los campos,
a danzar entre muslos y estrellas. 

En los tejados de la vieja Sevilla,
en la maleabilidad de la arcilla
o en la infidelidad de las esquinas.

En la inconstancia de las aguas,
en el viento y sus frescas brisas,
en el ojo del ciclón y en el de la tormenta.

En las piedras y en los fierros de la cárcel
donde reconocí el valor de la libertad,
la importancia de la luz, de la amistad,
y de las miserias que traen consigo
la pluma y la cara oculta de la felonía.

Dónde está la tumba de Cortés.

En la bella Juana o en la Ferdinanda
donde se gestaron el cultivo y la labranza
de un esbelto y altivo cañaduzal.

En los templos bañados con la tinta
con la que se trazan los pictogramas,
con los ríos de la sangre humana.

En la quema marina de las naves
y en el inicio de un universal viaje:
“¡Fuego, Fuego!”, muere Don Blas de Lezo.

En el esplendor de la serpiente emplumada,
en los canales de una cruel Venecia de jade
que sacrifica carnes de nínfulas y efebos
a unos dioses crueles de insaciable sueño.

Dónde está la tumba de Cortés.

En las maderas del Galeón de Manila,
en su crujiente vaivén de orientales ojos.
En la circunnavegación y en el tornaviaje.

En los pecios que adornan los mares
para divertimento de peces y cetáceos.
En el esplendor sin tiempo del Gran Khan,
en los puertos de la vera cruz y el agua pulcra.

En las intrigas palaciegas de la corte.
En el cetro de un imperio de mil lenguas.
En el Español con el que hablamos con Dios,
con el que bebemos del vergel y del azul cielo.

En el canto de batalla junto a tlaxcaltecas
toltecas y totonacas de arenas y coyotes
que aúllan a la muerte sus trenos y peanes.

Dónde está la tumba de Cortés.

En la sangre, la mía, la vuestra, la nuestra.
En el cobre, en el jade, en el oro y en la plata
minerales con los que se viste nuestra gesta.

En el mito o en la leyenda, en un sarcofago,
en alguna urna abandonada, en el olvido.
En ti, en mí, en nuestra ingratitud.
En la mezquindad de los pedruscos.

En la cueva estelada, en la caverna primigenia.
En el aleteo de la vida sobre la hierba.
En la paz de los campos sembrados
por interminables cruces que germinan.

En las oraciones de nuestras madres,
escudos sacros contra el veneno enemigo,
contra las flechas y sus agrias maldiciones.

Dónde está la tumba de Cortés.

En los filamentos de agua de tu nombre, Marina.

El viento pasa, acaricia las hierbas de Extremadura.
El Duero sigue su calmo curso,
sus persistencias de agua, de líquenes de acero.
Son nuestros antepasados: se niegan a morir.

Que relinche la yegua, que relinche.
El mal desciende como cabeza real
sobre peldaños de traiciones e infamias
fraguadas por el corazón de las tinieblas.

El orbe se ha revestido de tormenta.
La noche es oscura y caminamos sobre las aguas.

Dónde está la tumba de Córtes.

(Tomado de Voces Silenciosas, Julio César Bustos)

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