La entrada del año ha sido especialmente dura, ya que hemos tenido un enero helador, junto con un aumento espectacular de los casos con la variante Ómicron. Por fortuna, la sexta ola no ha sido especialmente agresiva, con respecto a la del año pasado. Aunque en los hogares con niños, enfermos crónicos y ancianos, se les ha podido venir el mundo encima debido al intenso frío. Para la situación tenemos un refrán que dice: “siempre que ha llovido ha descampado”. Así es la vida, con sus altibajos.
Una vez escuché a mi padre que decir a un conocido: “nadie se va de este mundo sin el zarandeo”. Y qué razón tenía el hombre, ya que padeció lo suyo antes de irse. En un par de años el mundo ha sufrido importantes pérdidas, pues “el nuevo coronavirus, el COV-SARS-2, y la enfermedad que provoca, la COVID-19, deja ya más de 342 millones de casos, con cerca de 5,5 millones de muertos (Fuente: RTVE). Llegado el mes de febrero hemos comprobado se ha ido espaciado el recuento de los contagios.
Es entonces cuando nos atrevemos a mirar hacia atrás para comprobar como el letargo hibernal ha dejado en el seno de muchos hogares un dolor aciago que ahoga al triste; / trepa por las paredes del intestino y parece estrangularnos.
El suplicio se vuelve oscuro, nauseabundo, ondulante; / en anodino laberinto de orfandad.
En ese destierro de soledad / se sitúa la trayectoria del enfermo, / y es el punto de partida o inflexión, / hacia la vida o hacia la muerte.
Tarde o temprano nos hallaremos en la tesitura de luchar con uñas y dientes para no caer en al abismo; pues somos un tiempo de vuelo, que irá a tierra y será abono de vida; no obstante, mientras estemos en este mundo, no nos quedará otra que sostener nuestra existencia; es el precio que pagamos por permanecer con vida, al lado de los seres queridos.
Quizás nos falte alguna vez la energía para continuar un camino que es único e intransferible; e incluso mermará nuestra confianza. De cualquier forma, tengamos presente que “siempre amanece” y que “la esperanza es lo último que se pierde”. Puede que nos ayude para mantenernos a flote, ya que la única alternativa es rendirnos o luchar hasta el final, con la creencia de que un día tallezca nuestras fuerzas, / cuando el mundo se desangra en soledades, /tras convertirse en árboles melancólicos. /Mientras, a la sombra, se construyen versos voraces / entre amapolas yertas... / Muchas veces el hombre tiene que sentirse morir / para habilitar el camino de la superación”.
Nuestro universo se detiene en los momentos bajos, y es cuando parece debilitarse o quizás comprobamos que no avanza lo suficiente. En unos casos se sostiene a duras penas; en otros enraizamos y fortalecemos con la adversidad. Llegado su momento las nubes abandonan el horizonte, comienza a brillar el sol y se dispara la alegría.
En uno de esos instantes jubilosos nos hallamos ahora, ya que, casi sin darnos cuenta nos encontramos inmersos en distintas celebraciones populares al aire libre.
Pongo como ejemplo a Navalvillar de Pela (mi pueblo natal). Ha pospuesto su fiesta
patronal, la que conmemora 16 de enero, al mes siguiente: "Los peleños tendrán que esperar al 19
de febrero para festejar San Antón (con la celebración de “La Encamisá”, llamada también “Carrera
de San Antón”). La situación epidemiológica en la localidad y en Extremadura aconsejan postergar
esta celebración, declarada Fiesta de Interés Turístico Regional"