Por Gorka Maneiro
Stephen King es un escritor de novela de terror, ciencia ficción y literatura fantástica, géneros considerados menores por no pocos críticos y supuestos expertos literarios. Estos vienen a decir que está bien que sus libros te atrapen, te entretengan y te hagan disfrutar de un buen rato (o de muchos buenos ratos), pero que una cosa no implica la otra y que tal cosa (que te atrape, te entretenga y te haga disfrutar de un buen rato) no implica necesariamente que su literatura pueda ser considerada literatura de la buena, sino que más bien al contrario. Si a esto le añadimos que Stephen King ha vendido millones de libros, tenemos todos los ingredientes necesarios para que dichos críticos y expertos literarios lo consideren un novelista de gran público, el peor de los insultos posibles. O casi.
Es por esto que, a pesar de ser uno de los escritores más prolíficos y exitosos del mundo, “nunca te preguntan por el lenguaje. A un DeLillo, un Updike, un Styron, sí, pero no a los novelistas de gran público. Lástima, porque en la plebe también nos interesa el idioma, aunque sea de una manera más humilde, y sentimos auténtica pasión por el arte y el oficio de contar historias mediante letra impresa”.
Y así que decidió escribir Mientras escribo, obra que casi no pudo terminar como consecuencia del gravísimo accidente que sufrió en el verano de 1999. No lo escribió para “explicarle a la gente cómo se escribe”, puesto que tal cosa no era sino “una impertinencia demasiado grande”. Y es que Stephen King “no quería escribir algo que me diera la sensación de ser un charlatán literario o un gilipollas trascendental” sino contar su ingreso en el oficio, lo que ha aprendido de él y su experiencia. Y la forma en que él lo hace, sin que tal cosa sea de obligado cumplimiento o guía para todos los que nos dedicamos, mal que bien, a juntar palabras o contraponer ideas. “Conste que no pontifico. Solo pretendo dar mi visión de las cosas”.
Y de ahí salió su obra: según The Cleveland Plain Dealer, “el mejor libro sobre escritura de todos los tiempos”, y “un clásico único” para The Wall Street Journal.
En él, además de encontrar entretenimiento, humor y divertimento, puedes recoger algunas buenas ideas, por si al menos te inspiran para tu próxima hoja en blanco. Para empezar, algo que debes tener en cuenta: “Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho”. No añade que procures leer solo libros buenos, no solo porque resulta imposible, sino también porque “los libros malos contienen más lecciones que los buenos”. Si es para observar los errores de otros o para tratar de buscar alternativas, no me resulta descabellado. Otra cosa es el tiempo del que uno dispone para elegir esto o lo otro.
Stephen King se toma en serio su trabajo y lo mismo recomienda para quien quiera dedicarse a ello: “El acto de escribir puede abordarse con nerviosismo, entusiasmo, esperanza y hasta desesperación (cuando intuyes que no podrás poner por escrito todo lo que tienes en la cabeza y el corazón). Se puede encarar la página en blanco apretando los puños y entornando los ojos, con ganas de repartir hostias y poner nombres y apellidos, o porque quieres que se case contigo una chica, o por ganas de cambiar el mundo. Todo es lícito mientras no se tome a la ligera. No te pido que lo hagas con reverencia, ni sin sentido crítico. Tampoco pretendo que haya que ser políticamente correcto o dejar aparcado el humor (¡ojalá lo tengas!). No es ningún concurso de popularidad, ni las olimpiadas de la moral; tampoco es ninguna iglesia, pero joder, se trata de escribir, no de lavar el coche o ponerse rímel. Si eres capaz de tomártelo en serio, hablaremos. Si no puedes, o no quieres, cierra el libro y dedícate a otra cosa. A lavar el coche, por ejemplo”.
Stehpen King nos cuenta algunas de sus costumbres, manías o formas de trabajo. Nos cuenta que escribe aislado del mundo en una primera versión (encerrado en su habitación o con la música a tope) y con la puerta abierta, como para conectarse al mundo, en una segunda: “Escribir con la puerta cerrada y reescribir con la puerta abierta”. Que no presta atención a la trama o 3 al argumento y que rara vez ha preparado una sinopsis previa: según él, el esquema argumental debe ser el último recurso del escritor. Él confía en su intuición más que en ninguna otra cosa. Así, trata de “poner a un grupo de personajes en alguna clase de aprieto, y ver cómo intentan salir de él”. A partir de ahí, observa qué sucede y lo transcribe. Y “a menudo vislumbro el desenlace, pero nunca he exigido a ningún grupo de personajes que hagan las cosas a mi manera. Al contrario, quiero que vayan a la suya”.
Por lo demás, trabajo, valentía y confianza en uno mismo, sin querer ser alguien distinto a quien eres realmente. Debes ser libre, hablar de lo que sabes y, a ser posible, estar cerca de la persona indicada: “Escribir es una labor solitaria pero conviene tener a alguien que crea en ti. Tampoco es necesario que haga discursos. Basta, normalmente, con que te crea”.
A pesar del éxito que algunos alcanzan, Stephen King nos recuerda que “escribir no es una cuestión de ganar dinero, hacerse famoso, ligar mucho ni hacer amistades. En último término, se trata de enriquecer las vidas de las personas que leen lo que haces, y al mismo tiempo enriquecer la tuya. Es levantarse, recuperarse y superar lo malo. Ser feliz, vaya”.
Y termina: “Una parte (quizá demasiado larga) de este libro ha tratado de cómo aprendí a escribir. Otra, la mayor, de qué se puede hacer para mejorar. El resto (y quizá lo mejor) es un permiso: tú puedes hacerlo, debes hacerlo y, si tienes la valentía de empezar, terminarás haciéndolo. Escribir es mágico; en la misma medida que cualquier otro arte de creación, el agua de la vida. El agua es gratis. Con que bebe. Bebe y sacia tu sed”.
Pues eso, ¡a beber que son dos días!