Desde aquella alborada en la que no descansó,
sintió que el reloj avanzaba rápido y veloz.
En un instante, el segundero logró detenerse
junto a su esfera, sin pábulo y sin conciencia.
El día se encalló entre la arena de la nostalgia,
y el agua de la tristeza lo inundó todo
poco a poco.
Sintió el cansancio agotador de las horas yermas
obligándole a caminar con escasas fuerzas
que limitaban sus días de añoranza y tristeza.
Llegó el amanecer y después apareció entre luces
y envuelto en los brazos de la noche el oscuro crepúsculo
con el cielo gris y una hermosa luna en cabestrillo.
Pero solo fueron escenas de un anciano día
que se encontraba envejecido por el paso
del tiempo, que afligía su memoria.
Escuchó las campas, campas lejanas, plañideras,
en la lejanía de una noche sombría y
sintió la caricia
de las sábanas en su mejilla, y como una niña,
Lloró de tristeza y apatía, por un mundo que no reconocía.