La literatura invisible. Algias
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Quizás no hay peor vendedor de libros que un escritor –al menos de los suyos– porque, al intentar hacerlo atractivo, puede caer en la tentación del celo, del exceso de celo. De hablar de él como se habla del hijo propio, con ese cariño íntimo e infinito, y no hay hijo feo a los ojos de un padre pero, por norma, los padres suelen cegarse. Así, un escritor, como padre de su obra, germinada con no pocos esfuerzos, puede caer en esa tentación de vestir con lujosos trapos al vástago y ser este un coco. Y ya sabe: aunque la mona se vista de seda...
 

Sin embargo, quien les habla, es padre de un hijo bastardo. Lo digo sin rubor. Mientras escribía enfrascado poemas para otra obra nació, sin yo saberlo, este hijo que aquí les traigo. Un hijo dolido, como indica su propio nombre, Algias, que vino al mundo cabreado. ¿Un libro cabreado? ¡Un libro cabreado! Pero no quiero confundirles. Algias trae en su frágil cuerpo estigmas, y así lo recrea en sus páginas. Y digo bien: recrea. No lamenta sino, como el kamikaze, brinda a sabiendas de su intestino destino.
 

«¡Brindemos y bebamos!
Y si el trago nos sabe amargo
por las oportunidades perdidas,
¡bebamos y brindemos!
hasta que el paladar
pierda el conocimiento».


Algias es un poemario donde el dolor es tratado como clamor, como reacción, como patada, como burla, como sarcasmo..., nada de llanto, nada de filigránica queja, nada de vestiduras rasgadas y un grito estéril al cielo para crear voces plañideras que, como en un duelo, lamenten al muerto. Pero cometería un grave error si centrara la obra solo desde el punto de vista trágico. La poesía del dolor, como lo describiera un periodista para una entrevista, no está exenta de ese punto ácido del que no se resigna: el sarcasmo que decía.


«La vida me nació deforme;
coja, manca, sorda, tuerta.
La vida me nació estúpida.
Y de estúpida, ingenua».


No es menos cierto que, quien suscribe, padre de los versos y, por tanto, mal vendedor, es un poeta al uso. Permítanme la modestia, nada falsa y muy realista, para ponerles en antecedentes. Un poeta que creció como el cardo y, aún así, como al cardo, algo le floreció. La
poesía de estas Algias es sencilla, sin grandes artificios, sin el estilo rococó de esa poesía ornamental y compleja, sin el lustre de la barda nobleza. Es, para que nos entendamos, una literatura sencilla sin caer en lo rudimentario; trabajada, como aquel que se aplica en su labor para obtener una buena calificación; directa y sin aspavientos retóricos que hagan perder el hilo de su lectura.

Dividida en cuatro apartados: Algias, Nostalgias, Del amor y desamor y Versalgias, cada uno de estos concitan una forma específica de aquellas algias, aquellos dolores. Así, en las Algias, hallamos poemas que tratan sobre circunstancias o experiencias vitales que nos causan desasosiego. Las Nostalgias tratan del dolor de los recuerdos. En Del amor y desamor se da, quizás, la parte más posneorromántica de su contenido. Versalgias, por último, es donde el poeta se desata, se desnuda, se discrimina, se autoescarnia, se recrimina, se critica  e, incluso, sirve entre sus líneas unas dosis de sátira.


«Los poetas son aquellos
que se lanzan contra estacas,
¡cualesquieran! ¡Lo que duelan!».


Como poeta, está escrita la mendicidad en estas letras. Doscientas y pico de páginas llenas de una lectura fácil, sin componendas, de versos que son como esa sensación del golpe inesperado en el dedo gordo del pie. Terrible, ¿verdad? Y, sin embargo, tras los improperios, te ríes de lo estúpido de la situación. Les emplazo desde este atril a que le den una oportunidad a la literatura invisible. Esa literatura que, como el mendigo, está, pero nadie quiere verla. Así son estas Algias...


«Que son de carne y hueso
y lloran, y ríen, y odian, y aman
sus versos».


¿Habré sido buen padre y mal vendedor? Ustedes dispongan.

 

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