Contra Pedro el español (III)
(Continuación de este artículo)

III. La corrupción de lo mejor es lo peor

De la obra magna de la Literatura Española se han escrito innumerables estudios como es lógico, y ha sido sometida también a interpretaciones sectarias, que en muchos casos han sido más un descrédito para el propio Cervantes, que fiel reflejo de su genialidad y de su respeto por las leyes divinas y humanas. En el prólogo de Los trabajos de Persiles y Sigismunda el autor vislumbraba las posibles interpretaciones que propiciaría en un futuro próximo su obra, pero nos cuesta creer que en esos momentos, cuando ya Cervantes tenía puestos sus pies en el estribo de la muerte, imaginara el lodazal en el cual ciertas interpretaciones malintencionadas hundirían al conjunto de su obra, convirtiéndola en muchos casos e intencionadamente, en vez de en inapreciable por su valor como verdaderamente es, en cuestionable, irritante y, sino, hasta en despreciable. Cervantes no será el primer y último escritor del cual se apropien las ideologías, los hagan suyos y los vuelvan más sectarios que sus propios militantes. Habrían muchos nombres de escritores con los cuales ejemplarizar nuestras palabras, pero consideramos que cada uno de los lectores tendrá el suyo propio en mente, así que es inoficioso por parte nuestra dar unos nombres siendo que cada lector sabe por conocimiento de causa de qué hablamos. Bien sabemos que nuestros amigos los intelectuales, llámense comunistas, socialistas y/o o ateos, al contrario del Rey Midas, todo lo que tocan no lo convierten en oro, sino en cieno. Pienso en estos momentos en Cuba, en la Perla de las Antillas, en la cuna de la Hispanidad, presa hoy y en ruinas desde hace más de sesenta años por culpa de un régimen criminal por comunista y ateo. ¿España ha olvidado a Cuba? ¿Cuba ha olvidado a España? ¿Nos hemos olvidado de nosotros mismos? Cómo no recordar en estos momentos a Aldous Huxley cuando escribe en El joven Arquímedes: “La corrupción de lo mejor es lo peor”.

Estos añejos intelectuales, defensores invitro de todo régimen comunista, apenas encuentran un discurso propicio con el cual hacer carrera ascendente, se suben en el asnal de sus límites intelectuales y lo transforman de valioso en deleznable. Pienso en la igualdad y reconocimiento de la mujer, en el respeto y amor por la flora y la fauna, en los derechos laborales, en la empresa y la propiedad privada, en la generación de riqueza, en la libertad, en el racismo, o en la propia Leyenda Negra por ejemplo. Caen en manos de algún Pedro el español, y de ser ideas dignas de defensa y apoyo, pasan a convertirse de la noche a la mañana, y gracias a ciertos artilugios ideológicos, en propaganda sectaria y criminosa contra un otro al cual hay que eliminar: un enemigo que hay que crear y contra el cual es imperioso lanzar los chiguaguas del odio y del resentimiento secular y cainita. Y El Quijote, por supuesto, no podía ser la excepción. Muy por el contrario, y dada la importancia universal de la obra cervantina, siempre ha sido menester para los intelectuales de vieja pezuña apropiarse del discurso cervantino (y hasta del Instituto y del Premio) y controlarlo, hasta hacer decir a Cervantes lo que estos eversores interpretan como la verdad, su verdad, esto es, la mentira a todas luces. No obstante, y como escribiera Fray Josefo hace ya casi doscientos años, y en unas circunstancias históricas muy parecidas a las actuales (siempre vuelve la burra al trigo): “El error nunca puede legitimarse ni prevalecer contra la verdad y la razón, por más que se extienda y dure”. La tergiversación de la verdad, maese Pedro el español, siempre será lo peor.

Uno de los llamados tópicos literarios, transformado en ideológico y al cual con mayor frecuencia se recurre, es la famosa frase que escribiera Cervantes en voz de Don Quijote en el capítulo IX de la segunda parte: “Con la iglesia hemos dado, Sancho.” ¿Qué quiso decir Cervantes con esta frase? ¿Esconde una intención secreta, irónica, sarcástica, crítica, o es tan sólo una expresión verbal y corriente, propiciada por un hecho real ante el cual se encuentran de frente Don Quijote y su fiel escudero? Posiblemente argumentaríamos primero que todo, que estas palabras no esconden ninguna intención secreta, tal cual como afirmara Martín de Riquer entre otros estudiosos de la obra de Cervantes, y signifiquen tan sólo lo que se dice. Empero, y ante las tergiversaciones frecuentes de algunos opinadores, no está demás que nos preguntemos junto con el Dante: ¿Esta frase se’nterpretata val come si dice? Y nos hacemos esta pregunta, estimados y nunca justamente ponderados maeses Pedro el español, porque, al igual que en otros circunstancias en que se habla de la Iglesia, cuando se trata de la literatura la mala interpretación de lo mejor siempre será lo peor.

La interpretación malintencionada que se le ha dado a esta frase, en la cual se ha cambiado el verbo dar por topar, y la “i” de iglesia, escrita en su original en minúscula, trocada por la “I” en mayúscula para significar que se habla, no de la iglesia del Toboso, sino del cuerpo místico de Cristo, ha hecho que se propicie y generalice su uso de forma peyorativa para atacar a la Iglesia universal. Pero no siendo suficiente con usurpar una frase y apropiarsela para beneficios ideológicos, también algunos intérpretes queriendo trocar el día en noche, llegan a argumentar que en la frase original subyace, primero que todo, un sentido claramente anticlerical, tanto del autor (Cervantes) como de la obra (El Quijote), a través del cual el autor (no sus intérpretes) denuncia la “subordinación” de la sociedad y el Estado a la Iglesia. Y, segundo, que en la frase también subyace un anhelo implícito: la separación de las espadas temporal y espiritual, pero, sobre todo, y como fin verdadero y último de quienes así interpretan e instrumentalizan esta frase, la eliminación de una buena vez y por siempre de la vida civil y civilizada, de la espada espiritual representada en la Iglesia de Cristo. Un mundo feliz sin Dios y sin su Iglesia. Piensan, y por eso incurren en ello, estos maeses Pedro el español del ateismo y de la crítica de salón, que la eliminación de la Iglesia de la vida civil y civilizada es lo mejor, siendo como se ha demostrado en las dos últimas centurias, que está siendo lo peor de lo peor.

Sin duda alguna quienes en este sentido citan esta frase tienen una verdadera intención: menoscabar el poder de la Iglesia y, si pudiesen, hacerla desaparecer de la historia del Hombre. Muchas veces los Pedro el español lo han intentado. La historia de los últimos dos mil años está llena de momentos en los cuales la Iglesia ha sido atacada, humillada, saqueada, pero aún así se ha levantado de las cenizas o ha seguido como el arca de Noé que es, navegando en medio del diluvio universal de infamias y altanerias de sus enemigos, de toda la caterva de los Pedro el español que, como caines se mantienen errando por el mundo. Por eso esta catilinaria no va dirigida contra el vulgo del cual nos hablara Lucano o contra la clase más ignorante y atrasada, que la hay y mucho en toda sociedad, y la cual sigue a ciegas a quienes parece que saben algo como nos recordara Fray Josefo, sino contra los actuales intelectuales de vieja pezuña, disfrazados de filósofos y hasta con doctorado, harto soberbios e ignorantes como manipuladores y mentirosos. Como escribiera santa Teresa: “Todo lo que corre de la soberbia es la mesma desventura y suciedad”, estimados maeses Pedro el español.

Hace apenas menos de un siglo en España esta mesnada atacó a la Iglesia, y durante la llamada II República, libres de todo respeto y orden, azuzaron a sus esbirros para que la saquearan como antaño lo hicieran su modélicos piratas anglos o los admirados gabachos napoleónicos o, como en Rusia, las bienamadas raleas soviéticas. Masacraron, violaron y asesinaron a sus fieles, pero ni aún así la pudieron destruir y menos aún expulsar de España, porque, para rabia de sus enemigos, las raíces de la Iglesia Universal son profundas, y no serán los vientos de las modas y la novedad quienes la arranquen de las tierras donde se ha plantado y ha dado sus celestiales frutos de santidad. Estos eversores de vieja pezuña se toparon, como les gusta decir, con la Iglesia con mayúscula, y no la pudieron reducir a cenizas ni expulsar de España. Volvió a resplandecer su luz inmortal. Por eso, no está demás recordarle siempre a todos los Pedro el español, que “las puertas del Infierno no prevalecerán” (Mt. 16:18) nunca contra la Iglesia Católica, Apostólica y Romana como bien la llamamos sus devotos feligreses, entre los cuales se encuentra el fiel escudero Sancho Panza. El intento de destrucción de lo mejor, maese Pedro el español, será siempre lo peor.

Detengámonos un momento y recordemos a nuestros lectores por qué razón escribimos estas palabras. Hemos de decir que en el siguiente apartado y a la luz de El Quijote aventuraremos una interpretación de esta famosa frase, la que nos parece la más adecuada con su autor y con el contexto de la obra misma, y a su vez también como defensa de la Iglesia, motivo de esta catilinaria contra los Pedro el español, sello de la bestia siglo XXI, tal cual como Fray Josefo lo hiciera con el sello de la bestia del siglo XIX:

¿Cómo puedo ser yo tolerante y callar, cuando advierto, que nos quieren introducir á la fuerza en España una vana filosofía, dividiendo los ánimos, y corrompiendo la sana opinión del pueblo, que es la que constituye nuestra mayor dignidad y fuerza? No, españoles. Eso de callar, no puedo.

Sin embargo, antes de continuar hemos de aclarar que en este apartado no nos adentraremos en la biografía de Don Miguel de Cervantes Saavedra para sustentar nuestra argumentación. Bastará tan sólo recordar a los lectores y respecto del manco de Lepanto, que en vida siempre luchó contra los enemigos de España y, por ende, de la Iglesia católica, y que hizo parte de la llamada, por él mismo en el prólogo de las Novelas Ejemplares, “la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”. Y también recordamos que antes de su muerte, Cervantes entregó su alma en manos de quien todo lo dispone, como cristiano católico que siempre fue. Negar su fe y la fidelidad de Cervantes a la Iglesia católica es hacer de él una hipócrita y bribón que hasta el último instante de su vida mintió mientras escribió. Muy claro está escrito en la epístola preliminar de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, su testamento literario:

Ayer me dieron la Estremaunción y hoy escribo ésta (la epístola al Conde de Lemos): el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir.. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los Cielos”. Y más adelante, en el prólogo, concluye: “Adiós, gracias! ¡Adiós, donaires! ¡Adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida!

Dicho esto, a partir de ahora guardaremos en lo posible silencio respecto de la vida de Cervantes, por respeto a su memoria, y nos apoyaremos para nuestra interpretación y análisis únicamente en su obra magna. Como dijera el Divino Maestro: “Por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:20). El intento de manipulación de lo mejor es, maese Pedro el español, siempre lo peor.

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