Por Kino Navarro
Se vende alma. Se vende sin corazón
que de ese músculo la sangre se envenenó.
Juan A. Carrasco
Me explicabas al oído que necesitaba mar,
mucho mar, pero yo solo me centraba en la tempestad
e intentaba taparme las aurículas,
para no oír el aguacero que se penetraba
intensamente en mi cuerpo fatigado.
Repetías incansablemente:
Necesitas mar, mucho mar.
Yo te declinaba, te arrastraba para que la multitud
te alzara unilateralmente, y tú me reprobabas:
Hace tiempo que no me escribes mis rezos.
Yo navegaba como un velero extasiado,
impugnándote extensamente, perdurando mis brazos
hacia todo el viento invisible e inmensurable.
Te asediaba mi inoportuno descuido.
Y yo solo quería gotas ebrias,
demasiadas gotas cayendo sobre el gentío,
sobre mis verbos trasnochados y sobre las palabras
interminables e irregulares.
No me hagas lanzarte estas vagas lágrimas.
Tú, hace tiempo desististe.
Seguías mortificándome.
Y otra vez necesitas mar, mucho mar.
Me lastimabas una y otra vez, lastimabas inmensamente.
¿Es sí o es no? ¿Por qué ese disparo?