Boca mía


Se siente tu sonrisa disidente,
coqueteando con la mía
a mandíbula batiente.
Soy un diente sin encía.
No me pidas que sonría,
que estoy triste, vida mía.

José María Cano

El amor es una casa deshabitada,
donde todo el mobiliario está cubierto
de sábanas limitadas, que se han
refugiado entre almohadas no bendecidas,
ocultadas entre restos desorbitados,
y ansiolíticos apáticos que fijaron
tu olvido inexplicablemente.

Desearía sentirte pero me alejo.
Tú deseas sentirme, pero te alejas,
cual gaviota desliza su vuelo
sobre las olas que no se acercan
a la orilla. Y me haces olvidarte
como crucificado resucitado
entre los difuntos, que van caminando
bajo cristales opacos.

Reflejas mis encías batallando con los dientes,
perdiendo toda equivalencia,
donde la sangre se desvanece,
donde el límite fluye, funestamente.
Me he desorientado y he alzado al baúl
de los recuerdos tu fe, desdichadamente.
Te di todo, y todo lo dejaste para otros menesteres.

Ya no tengo influencia en ti, ni debo darte
mis oraciones imperfectas.
Ya no te siento pero intento no
alejarte, pero dejo que te alejes.
Me intentas sentir como semáforo discontinuo
que late al emigrar de color.
Y ya no puedo autenticarte ni con certificados
analógicos, ni con las gotas de lluvia digitales.
Acabé con tu desdén, tú gloria no está
en mi divino cielo apaciguado.

Me marcho, y limito mi boca a perder tu dogma,
a no caer hundido alzando el vuelo de esa indigente
paloma que intentó resurgir. No subiré,
no bajaré ninguna senda para volver a descubrirte.
Dejé de percibirte.

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