Por Asun Blanco
Andar. ¡Qué extraño es andar!
Aparecer en las cataratas del Niágara,
en algún valle profundo de la sierra,
en la cumbre del Kilimanjaro
o en el desierto que tanto amó Lawrence de Arabia.
Andar para llegar a algún destino
que vaticinaron todos los oráculos
y nada se puede hacer para evitarlo.
Ir recogiendo en el camino
las flores sorprendidas,
aquellas que alegran nuestros días
o las que ya marchitó el tiempo cruel.
Ir deprisa o despacio,
asomarse por algún precipicio
o sentarse en el sendero que oscurece.
Cruzarse con rostros suplicantes de cariño
o con aquellos que escrutan lo más recóndito.
Ser árbol o piedra, según el color del cielo,
o recibir al otoño, cuando ya no hay más remedio.
Andar. ¡Qué extraño es andar!
Llegar a tiempo a ver los huracanes,
sortear los vericuetos en la noche
y vadear algún río escabroso.
Andar y no olvidar nunca
que tenemos una cita con el mar.