Banderas


Habría que preguntarle a aquellos que en los actos oficiales portan las banderas y otras enseñas para saber qué pesa, o qué cansa, llevar siempre una de estas bien enhiesta, bien sobre el hombro.

Pesan. Las banderas pesan. Y no solo en lo físico, también en lo psicológico. Pesan porque hay quienes las enarbolan como si desplegasen con ellas las guerras internas, la de sus propias batallitas, y en España hay muchas banderas. Alguno hay a los que estas telas no les dicen nada, son los autorreconocidos como ciudadanos del mundo. Personas liberadas del sentimiento de pertenencia a un lugar en particular, que no comparten sobre patriotismos ni de convicciones nacionales. Envidiables.

Sin embargo, para una probable mayoría, en nuestro pequeño universo de cosas fatuas, estos pabellones representan una parte identificativa, no ya solo a nivel cultural y social en su más amplio espectro, sino a nivel personal. Aquello de ser de tal o cual ciudad, comunidad, país, ideología, movimiento… Un extra a añadir al currículo vital. Como si nos fuese a dar puntos en algo, ¿les suena?

Empero, estas identidades multicoloristas traen también desavenencias, inquinas, recelos, y esto no es nada nuevo. Las banderas han servido desde siempre para señalarse, como he referido en el párrafo anterior. Para aferrarse a una versión resumida de lo que somos, en qué creemos, qué defendemos y, en el caso más extremo, qué no soportamos. Sobre lo último, Tarrasa ha sido noticia hace poco, en el colegio Font de L’Alba, lo han leído en los medios. A una profesora de dicho centro, Miriam Ferrer, le entró un ataque de hispanofobia –las cosas como son– y, de alguna forma, mientras los hechos no se aclaren por parte de las autoridades competentes, agredió a una de sus alumnas de diez años, asegura la pequeña por haber dibujado una bandera de España y la escobarina frase del «Viva España». Una locura.

Sí, una locura. Profesores agrediendo (y señalando, no lo olvidemos) a niños en las clases por sentirse, dentro de la más absoluta inocencia, lo que son, y así es, geográfica, estadística y administrativamente: españoles. Asaltos, insultos y agresiones en plena calle a quienes portan la bandera nacional –¿ya nos hemos olvidado, por ejemplo, de aquella a dos chicas, en Barcelona, en 2016, y que llevaban la camiseta de la Selección?–; arriadas y ofensa de esta en edificios oficiales. ¡Y no digamos ya de las redes sociales!, donde el fuego cruzado roza lo absurdo. La artificialidad de una guerra a palabras donde los verdaderos causantes de estos, viviendo de la manduca que todos aportamos al Estado, se ríen en sus propias narices, y se frotan las manos con malicia en lugar de procurar la estabilidad, la convivencia y el respeto del pueblo al que representan, y en el que no todos piensan igual. Después hay quienes se extrañan que en esta España del siglo XXI surjan, o resurjan, movimientos donde prime la defensa de lo español. A falta de políticos que sepan darle una resolución efectiva, a esto se le llama autodefensa. ¿Qué esperaban? Ultraderecha hay quienes los llaman. No sé yo.

Seguimos en una [mala] suerte de guerra civil encubierta por culpa de unos excrementos políticos que solo han sabido utilizar al pueblo para azuzarlo contra sus propios vecinos. Y esto resulta franca y terriblemente familiar.

Pero todo está bien. La mendacidad de un país fraccionado en otros tantos inexistentes, y que nunca lo han sido; las reacciones más propias de la Alemania nazi, y ejemplifico con el ejemplo del restaurante que se negó atender a un grupo que acudió al establecimiento (La barricona) porque uno de sus componentes llevaba indumentaria con la bandera española; la permisividad del choteo de Alemania y Bélgica con los fugados que fueron tan sumamente cobardes de no hacer frente a su propia rebeldía…

Banderas. Hay muchas, insisto, demasiadas banderas en España y, como dije, es el resumen colorista de lo que pensamos. Pero, sin duda, no todas son iguales. Algunas están consideradas a nivel internacional como modelo de verdadera libertad y democracia, otras tan solo son estropajos con los que arañar y deformar esos dos conceptos.

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